El 2021 pasará a la historia como el año más loco de la F1. Max Verstappen ganó un GP de Bélgica que no se largó realmente, tras una demora absurda de casi cuatro horas que la máxima no puede permitirse nunca más.

El GP de Canadá de 2011, la comparación que viene a la mente de todos, se demoró en su momento con un pronóstico que indicaba que el diluvio iba a detenerse completamente pasadas un par de horas: aquí todos los pronósticos indicaban, cuando se detuvo la carrera por primera vez, que el tiempo iba a empeorar. Además: aquel día, el finado Charlie Whiting informó en todo momento con claridad lo que estaba pasando y lo que iba a pasar; un lujo que no gozó la multitud que se dio cita en Spa para ver a su ídolo Verstappen.

Imposible explicar la absurda demora que siguió a la primera suspensión sin invocar intensos tironeos bajo cuerda por parte de los dos equipos que están peleando el campeonato. En cualquier caso, aquí la F1 ha tenido una crisis de autoridad y de comunicación que no puede repetirse.

El fin de semana estuvo signado desde antes de su inicio por lóbregas advertencias de pilotos y ex pilotos, así como por salvajes accidentes (como el de Alex Albon hace pocas semanas corriendo en GT y el Big One de la W Series sólo ayer, para no hablar de los inopinados choques de pilotos tan sólidos como Verstappen y Leclerc el sábado) que ponían en foco la seguridad en una carrera húmeda en Spa.

Ya corría la sensación de que la F1 no correrá nunca más con esta configuración de Eau Rouge. La indecisión del director de Carrera de la F1, que venía aprobando con creces su gestión tras el trauma nunca superado por Whiting de la muerte de Jules Bianchi, no debe achacársele solamente a él, sino también a un reglamento que, tanto en lo deportivo como en lo técnico, es hijo de multitud de compromisos políticos que dejan lugar a ambigüedades insondables (¿se largó la carrera con las dos vueltas tras Safety Car antes del primer parate? Si fue así, Checo, no tendría que haber largado en el reinicio; en ningún momento quedó claro).

El resultado de todas estas tensiones no siempre evidentes fue una solución salomónica (es decir, la que se saca el compromiso de dar justicia aplicando burocráticamente la letra de las normas, sin atender a su espíritu): tres vueltas en una farsa de reanudación tras el Satety Car para poder repartir el 50% de los puntos en juego. Así, Verstappen recortó algo la ventaja que llevaba Hamilton en la tabla, pero nos quedamos con las ganas de ver a este asombroso George Russell sacarle todo el jugo a un Williams que, en mojado, disimula sus muchos defectos.

La semana que viene, GP de Países Bajos en Zandvoort. Es el único consuelo que tiene la F1 para salir rápido del absurdo bochorno vivido hoy.