Astor Pantaleón Piazzolla nació en Mar del Plata, a las 2 de la madrugada del 11 de marzo de 1921. Su padre y su madre eran dos personajes y sus cuatro abuelos, italianos.
Nació con un problema en su pierna derecha. Eso lo hizo arisco, pero no distinto.
A los 4 años la familia se mudó a Nueva York.

El niño Astor tenía pocas pulgas. Fue expulsado de sus primeros colegios por peleador. En la calle era rápido para los puñetazos, sobre todo si eran en la cara de sus rivales. Lo llamaron “el zurdo”, porque pegaba muy bien con ese perfil.

A los 8 años, su padre le regaló un bandoneón que compró en un negocio de segunda mano en Manhattan. A veces lo llevaba a clase, para impresionar a las chicas.
Cuando en Estados Unidos apareció “la gran depresión”, volvieron a Mar del Plata, pero pronto regresaron al norte.

El 28 de diciembre de 1933 llegó Carlos Gardel a Nueva York. Era una estrella, tal vez la primera superestrella del mundo. El destino o que se yo, quiso que a Astor lo mandaran a llevarle un recado y a Gardel le cayó simpático. Lo llevaba de compras porque hablaba muy bien el inglés. Un día, el jovencito le dijo al Morocho del Abasto que tocaba el bandoneón. Gardel lo quiso escuchar y le dijo: “Mirá, pibe, el fueye lo tocás fenómeno. Pero al tango lo tocás como un gallego”.

Astor acompañó a Gardel a algunos espectáculos y hasta tocó un ratito junto al crack.
Él le consiguió un pequeño papel en la película “El día que me quieras”. Le pagaron 25 dólares.

En 1937 regresó a la Argentina. Se fue a vivir a una pensión de la Capital. Tocaba el bandoneón y vivía la noche. Jugaba al billar y era imposible ganarle.

En diciembre del 39 tuvo la chance de tocar con el Gordo Troilo y se incorporó a su orquesta.
El padre de Astor le recomendó a Pichuco que lo cuidara. Esa misma noche, Troilo lo llevó a una partida de pase inglés en un bar de Avellaneda y se quedó asombrado por el manejo de los dados que mostraba el jovencito, que mientras le contaba sus aventuras juveniles y pandilleras en Nueva York, ganaba las partidas.

Troilo lo miró fijo y alejándose un poco le dijo: “Vos sos el diablo en persona”.

Astor comenzó a tomar clases con el maestro Alberto Ginastera y por esa época conoció a Dedé Wolff. 
Se comprometieron en mayo del 42 y en octubre se casaron.
En julio del 43 nació Diana y en febrero del 45, Daniel.
La familia se mudó a Parque Chacabuco.

Astor y Pichuco
Astor y Pichuco

Piazzolla siguió en la orquesta de Troilo hasta el 44. 
La ida de Astor no le cayó bien a Pichuco, que no lo perdonó por un tiempo largo.
“Me fui de la orquesta porque quería ser yo mismo”.
Después hubo reconciliación. Incluso, la mujer de Troilo le regaló el bandoneón de Pichuco a Astor.

El 2 de septiembre del 44, Piazzolla debutó con su orquesta en Villa Urquiza. Su primer cantor fue Francisco Fiorentino.

Las versiones revolucionarias de los tangos clásicos acercaron a la idea de Astor a muchos músicos innovadores como Osvaldo Pugliese y Horacio Salgán.
Pero alejaron a muchos más.

También componía música clásica y eso no se bancaba. Esa dualidad molestaba mucho.
También se ganó la vida haciendo música de películas. Durante su carrera hizo bandas sonoras de más de treinta películas argentinas y varias de afuera. No era lo que más le gustaba, pero le rendía económicamente.

Empezó la gran polémica

El público quería que las orquestas de tango fueran bailables, él quería que fueran escuchables.
Ganó una beca en París por un año. Viajó, se instaló y empezó a tocar. Se hizo conocido en poco tiempo.

Cuando volvió, declaró: “Vengo con una carga de dinamita en cada mano”.
Y sí. Provocó un escándalo nacional. Su música rompió todos los esquemas del tango.

En el 55, con el Octeto Buenos Aires, marcó el inicio del tango de vanguardia. La revolución. Permitió, por ejemplo, la participación de la guitarra eléctrica. Algo insólito. Una blasfemia.
Fue un período de críticas violentas.

Un día tocó con el Octeto en Radio El Mundo. Estaba invitado el fantástico músico Dizzy Gillespie. Cuando Piazzolla terminó de tocar, Gillespie lo abrazó y le dijo “es lo más increíble que jamás he escuchado”.

Cansado de las críticas, se fue a Nueva York. “No abandono el tango, voy a hacer tango como yo quiero”.
Regresó a Manhattan a inicios del 58. Probó con el jazz-tango, pero no funcionó.
El 13 de octubre de 1959 murió su padre. Vicente. Nonino.
Piazzolla estaba actuando con Juan Carlos Copes y María Nieves por Centroamérica.

A raíz de esa pérdida, escribió “Adiós Nonino”, su obra máxima. “El tema más lindo que escribí en mi vida”. La tocó con más de 20 arreglos distintos durante su carrera.

En abril del 62, en los estudios de Canal 7, se enfrentó con Jorge Vidal, un cantante de tangos de estilo arcaico. Se agarraron a piñas. Piazzolla era, además, un provocador. Y se la bancaba.
Apareció el Quinteto. Y seguía creciendo la revolución Piazzolliana. Tocaba en lugares nocturnos como el Jamaica y el 676. 

En marzo del 65, Borges visitó a Astor en el departamento de Avenida Entre Ríos. Fue allí con su madre de 88 años. Don Jorge Luis recitó unas milongas y Piazzolla lo acompañó en el piano. Dicen que Borges lagrimeó.

Astor Piazzolla, el genio revolucionario

Una cosa era su vida de creador compulsivo y genial artista, y otra cosa era su vida personal. “Cuidame de noche -le dijo a la esposa-, tengo doble personalidad”.
Tenía una amante.
En febrero del 66 hizo las valijas y se fue de la casa.
Apareció en su vida Egle Martin, una cantante que estaba casada y tenía 30 años menos que Astor.

En mayo del 68, estrenó la operita “María de Buenos Aires”, que sería un suceso.
Lo fue a ver Vinicius de Moraes y cuando terminó la función le dijo la frase de mayor aceptación que se podía esperar: “filho da puta”.

Nació la dupla Piazzolla-Ferrer.
“Balada para un loco” fue un éxito fenomenal. Un antes y un después.
Y apareció Amelita Baltar en su vida. Estuvieron 7 años juntos. Fue una pareja musical, un amor entre comillas.

Se fueron cinco meses de viaje a Europa. Allí tocó con el Noneto.
Pero un día, Piazzolla tuvo un ataque al corazón.
“Yo pensaba que las enfermedades y que la muerte, no tenían nada que ver conmigo, que yo era Superman”.
Se recuperó a duras penas. 
La relación con su ex esposa y sus hijos, ya estaba rota.

En el 74 se fue a vivir a Roma con Amelita. Allí nació Libertango, un canto a la libertad.
En mayo del 75 se peleó con Amelita. 
Apareció un nuevo proyecto: el Octeto electrónico. Eligió a José Ángel Trelles como cantante. No lo trató muy bien al principio, pero después fue una relación maravillosa.
El 11 de marzo del 76, en su cumpleaños 55, fue a una nota en Canal 11. Matinée se llamaba el programa. Lo conducía Laura Escalada. Era seductora, atractiva y 15 años menor. 
Empezaron a salir.

El 11 de junio de 1983 hizo una espectacular presentación en el Teatro Colón. Fue la gloria misma.
“La apoteosis de Piazzolla”, se escribió en La Nación.
Hasta lo compararon con Strauss. 
La última banda sonora de una película que hizo fue en el 88, “Sur” de Pino Solanas.
Ese año tocó en Estados Unidos. Ya era un dios.

Revista Rolling Stone: “la música de Piazzolla contiene casi todo lo deseable que la vida tiene para ofrecernos”.
Revista Esquire: “Piazzolla, el Pink Floyd unipersonal del nuevo tango”.

En el 90, en París, sufrió un derrame cerebral. Y comenzó el calvario.
Fueron 23 meses de agonía y 42 ingresos a terapia intensiva. 
Llegó a pesar 34 kilos.

Murió en Buenos Aires el 4 de julio de 1992.

Era agresivo, genial, chistoso, no muy fácil de llevar.
Era incapaz de soportar alegremente a los idiotas.
Después de la música, lo que más le gustaba eran los autos y la buena mesa.
Tenía un extraordinario sentido del humor. Bromista, a veces exagerado.
En su carrera escribió más de 3.000 obras, incluido un disco para el Mundial 78.

Dijo Osvaldo Pugliese: “Piazzolla nos obligó a estudiar a todos”.
Lo definió Lalo Schifrin: “Un músico universal. Cuando más local era, más universal se hacía”.
Dijo el propio Astor un tiempo antes de partir: “Tengo una ilusión. Que mi obra se escuche en el 2020 y en el 3000 también”.

Así será.