El lamento, cuando es insistente y permanece en el tiempo, se torna desagradable. Los franceses están lloriqueando desde que perdieron la final del Mundial. Que el gol de Lionel Messi en el alargue no debió ser convalidado porque había suplentes pisando el campo de juego a 50 metros de la acción, que hay que sacarle al “Dibu” Martínez el premio al mejor arquero del mundo porque apoyó el trofeo en sus genitales, que la final debe repetirse porque el referí no cobró un supuesto foul, y otro montón de sanatas quejosas que no vale la pena enumerar.

Lo cierto amigos galos, es que se comieron un baile de antología. Que en el momento que perdían 2 a 0 podrían haber estado cuatro goles abajo, que les dieron dos penales en una final de Copa del Mundo, que cuando empataron en el tiempo regular, ni ustedes saben como lo consiguieron y que en el suplementario, si Gonzalo Montiel no abría el bracito inocentemente, tampoco tenían forma de empatar.

La verdad amigos francos, es que en la definición por penales, su buen arquero, Hugo Lloris, se tiró siempre antes de las ejecuciones, lo que demuestra su incapacidad para ese tipo de instancias. Tambien es evidente, que uno de los suyos tiró un penal afuera de los siete metros y medio que tiene un arco profesional. Es bien ancha la portería y pateó un jugador de una selección hasta entonces, campeona del mundo. Bien afuera.

De modo que, fueron claramente superados en el tiempo de juego y también en los penales. El fútbol sudamericano, supuestamente inferior al europeo, en palabras del propio goleador del Mundial, Kylian Mbappe, los puso en ridículo de principio a fin del encuentro y solamente un par de hechos afortunados les permitieron llegar al alargue y luego a los penales.

De tal modo que llorar, resulta bastante antiestético en ese panorama. Queda feito, da penita, incluso, promueve la burla por mas que uno se resista. Habrá que entrenar más, analizar porque ese fútbol superior fue desbordado por todos lados por un grupo de pobres sudacas, y buscarle un buen kinesiólogo al marcador lateral derecho, al que Angelito Di María le rompió la cadera en un par de oportunidades. Sería mas sano y menos ridículo. On pleure à l'église mes amis.