Desde los años 80, en los albores de la Era Ecclestone, los garajistas británicos dominaban la F1 deportivamente y numéricamente. Ferrari, el equipo más poderoso, estaba en minoría a la hora de votar, frente a una plétora de escuderías británicas. La solución alla Ecclestone fue otorgarle a Ferrari un poder de veto, con el objetivo de imposibilitar un reglamento deliberadamente perjudicial para los italianos.