Un mérito de Mattia Binotto como jefe de Ferrari ha sido no dejarse atropellar por la realidad. En los últimos 15 años, la Scuderia ha podido comprobar que a veces obsesionarse con el presente impide llegar a cualquier futuro auspicioso.

Ferrari se pasó desde el final de la Era Domenicali hasta la gestión de Arrivabene inclusive exonerando ingenieros que después se iban Mercedes a hacer capote (Allison y Costa bastan como ejemplos), o encajando a la mejor estratega de carrera que tuvo Ferrari desde la época de Ross Brawn en Sauber para hacerle lugar como estratega a un motorista llegado de Mercedes, como Jock Clear. El tiempo demostró que Ferrari, como casi siempre, es capaz de crear un gran motor con los ingenieros de la cantera (Binotto, el primero).

Admitido esto, Binotto atravesó el tercio del medio del campeonato 2022 negándose a admitir la realidad, escudado en una retahíla de frases optimistas en vez de decir desde el principio la realidad que confiesa recién a fin de año, y que ahora suena a mera excusa ferrarista: que el desarrollo del auto se paró en mayo o junio, por falta de guita (límite presupuestario), pero también porque el objetivo declarado siempre fue 'volver a ganar carreras en 2022, pelear el campeonato en 2023', y para ello había que invertir gran parte de lo disponible en el proyecto que más dividendos les prometía.

Tras la no-sanción por el motorazo ilegal de 2019, Ferrari pactó con la FIA construir un motor completamente nuevo para 2020, alejándose de soluciones que lo habían puesto a pelear con el mejor Mercedes en velocidad punta. En 2020, el bebé nuevo estaba completamente inerme en las rectas, y el coche rendía a nivel aerodinámico; en 2021 la anemia del coche rojo se mitigó y alcanzó para mezclarse con el pelotón de arriba en algunas carreras puntuales con muchas curvas de baja velocidad. En 2022, tal era el plan de Binotto y sus muchachos, el objetivo era volver a ganar carreras, por lo cual, en rigor de verdad, hay que decir que 2022 fue no sólo el año más exitoso de Ferrari desde 2018, sino también el mejor año (mirando el mediano plazo) de Maranello en la F1.

Pero la realidad, que todo lo desbarata o lo trastorna, dejó a Ferrari expuesto a pelear el campeonato con Red Bull. La lucha titánica entre Red Bull y Mercedes en 2021 no les dio resquicio a los dos punteros del año pasado para priorizar los coches de 2022; esto hizo que sus proyectos arrancaran muy tarde, y que Ferrari fuera en la pretemporada el que marcaba la pauta.

En ese contexto, el principio del campeonato ya entregó señales ambiguas: Ferrari arrancó ganando (y Leclerc luchando palmo a palmo con Max, y eventualmente venciéndolo en algunos mano a mano), pero la sensación era que, si no se rompía, el Red Bull arrasaba a nivel de potencia. Todo recordaba a 2010, cuando los revolucionarios mapas motor de Adrian Newey los dejaron a pata con un doble abandono en el debut de Bahréin: allí también ganó Alonso en su arranque ferrarista.

Traducido: el pálpito en ese momento era que el Red Bull ocultaba algún tesoro que les podía dar una superioridad incontrastable, al menos en los momentos clave del fin de semana: Q3, overcut o undercut, lucha por la posición. Cuando a esa potencia se le quitó progresivamente la carencia a nivel fiabilidad, y el auto bajó ocho kilos (en Imola), el temblor se extendió por el paddock: a esa altura, en Continental Web te comentábamos que Ferrari tenía una parada durísima, ya que es el equipo que peor desarrolla sus autos a lo largo del año por lo menos desde 2009, y disputaba el campeonato contra el equipo que mejor desarrolla su auto durante la temporada.

Pero, para empeorar las cosas, el otro gran candidato previo a pelear arriba, Mercedes, hizo su peor coche desde 2012. Un proyecto mal parido que se jugó todo a un concepto (pontones minimizados que obligaban a ir demasiado pegados al piso para alcanzar la mayor eficiencia aerodinámica y de efecto suelo, y que multiplicaba el porpoising/bottoming/bouncing más que en ningún otro equipo). Así, la Scuderia quedó mano a mano peleando los campeonatos con Red Bull, campeonatos que, en una perspectiva desapasionada, jamás podía ganar.

Así, a mitad de año (y el error de Binotto fue no ponerlo entonces en blanco sobre negro con el suficiente énfasis), el panorama estaba claro: o Ferrari se ponía a la altura de Red Bull en I&D, o iba a ser un paseo de los austríacos... como finalmente fue la mayor parte de la temporada. El combo 'pito catalán de Red Bull al techo presupuestario / inocentona aquiescencia de Ferrari a ese ítem reglamentario' liquidó el asunto mucho antes de Hungría (cuando el deterioro en el rendimiento de Ferrari empezó a alarmar).

Sin embargo, no todo lo que le pasó a Ferrari en 2022 es producto de circunstancias azarosas, aciagas e incontrolables para un equipo: por un lado, la gestión de carrera de Red Bull fue casi perfecta, como casi siempre, mientras que la Scuderia completó la peor temporada de mamarrachos estratégicos que se recuerden desde los Williams-BMW de principios de siglo. Así, Leclerc perdió varias decenas de puntos que hubieran puesto alguna presión sobre un Verstappen siempre volcánico y genial (pero muchas veces poco lúcido en su genialidad). Pero aunque el monegasco ayudó en alguna medida con errores propios e inaceptables cuando todavía 'había partido', los zafarranchos del pitwall ferrarista eximen de mayores comentarios: mostraron a un equipo en pánico, jugándose el destino en cada carta como un tahúr bisoño, y ahondaron, enmarcados por la expresión impasible de Binotto en toda circunstancia, la sensación de nervios desbordados o falta de reacción ante cada avatar.

Ahora, ni el propio Binotto se anima a decir que estará en la próxima pretemporada técnica de la F1. "No me hagas hablar de eso", le contestó a la prensa en su última aparición del Mundial 2022. Pero el coche de 2023 ya está diseñado y fabricado; si sale bien, como espera Binotto, deberían estar más cerca de Red Bull, con o sin Binotto sentado en la silla del jefe. Sólo resta saber si, además de los méritos por la ocurrencia de esa eventualidad, estará todavía en su silla para recoger los frutos de lo sembrado en el último lustro. o su falta de carisma y de habilidad política para afrontar los habituales huracanes periodísticos ferraristas se lo llevan puesto.