Lo anunció este fin de semana su presidente Iván Duque: Colombia promueve la organización de un Gran Premio de F1 en Barranquilla. La colorida propuesta parte del alcalde Jaime Pumarejo. La idea expuesta alude a un circuito “semiurbano” (¿como Albert Park o como Yeongam?). Pumarejo, basándose en los mejores números de la F1 y no en estimaciones razonables, espera sesenta mil turistas internacionales y trescientos veinte mil espectadores en tres días, lo que duplicaría el turismo internacional en la costa atlántica colombiana.

¿Es razonable organizar un Gran Premio en un país como Colombia, de renta per cápita media/baja, sin infraestructura de primer nivel, sin siquiera un campeonato de Fórmula 4? A quienes invoquen otros destinos exóticos de la F1 actual y pasada hay que recordarles que se trata de lugares con mucho dinero que se acaban cuando el que pone la guita se aburre, y que los experimentos en países con gran PBI total pero bajo PBI per capita (la India es el máximo ejemplo) y nula tradición automovilística (esto último no es el caso de Colombia, claro) no suelen ser exitosos. Parece no mucho más que espejitos de colores exhibidos en tiempos de elecciones

Fuera de Brasil, la única localización económicamente potable de un Gran Premio de F1 en Sudamérica parece ser Santiago de Chile. A Buenos Aires la sostendría sólo la pasión y la tradición (este año cumpliremos veinticuatro años sin Gran Premio), y los demás países carecen de tradición, infraestructura o recursos para recibir al Gran Circo.