Informe BBC. Todos los pasos monitoreados de forma remota por teléfono celular. Una cámara oculta en el dormitorio y amenazas de enviar videos íntimos a familiares. Pasaporte, documentos y dinero confiscados. Prohibido el contacto con amigos. Una rutina de sexo forzado con 15 a 20 clientes al día.

Esta fue la vida cotidiana de tres mujeres brasileñas rescatadas por la policía de un trabajo parecido a la esclavitud en el noroeste de Londres, en una compleja investigación que comenzó en marzo del año pasado.

El caso llegó a su fin el 9 de agosto, cuando Shana Stanley, una mujer de 29 años, y Hussain Edanie, un hombre de 31 años, confesaron delitos de control de prostitución y organización de viajes con intención de explotación, que involucró a las tres mujeres brasileñas y a una víctima inglesa.

Fueron condenados y encarcelados: Edani recibió una sentencia de 8 años y 2 meses, y Stanley de 3 años y 7 meses. Los detalles del caso fueron obtenidos exclusivamente por BBC News Brasil e ilustran los graves riesgos asociados a las promesas fáciles de viajes y becas en el extranjero.

"Me vendieron un sueño que se convirtió en una pesadilla", dice hoy una de las brasileñas, que aún se recupera de una espantosa secuencia de abusos en los bajos fondos de la capital inglesa.

Las tres brasileñas llegaron a Inglaterra en 2020, luego de recibir una "beca" para un curso de inglés que duraría unas semanas. La policía no proporcionó detalles sobre cómo fueron contactadas las víctimas.

Al poco tiempo de llegar, sin embargo, se convirtieron en víctimas de un lucrativo mercado de trata de personas que, según la ONU, afecta a 2,5 millones de personas cada año y mueve más de US$30.000 millones.

"Gracias al coraje y la valentía de las víctimas, pudimos reunir pruebas irrefutables que dejaron a Edani y Stanley sin más remedio que declararse culpables, lo que evitará que hagan daño a otros", dice el detective Pete Brewster, uno de los responsables de la investigación.

Todo comenzó luego de que una de los brasileñas pidiera ayuda a la policía en marzo del año pasado, después de una discusión con la mujer recientemente condenada por la justicia británica.

Durante la pelea, la víctima intentó llamar a la policía, pero fue empujada por Stanley, quien luego, según registros oficiales, la amenazó: "Tú firmaste tu propio certificado de defunción".

Este fue el detonante para que la brasileña insistiera en buscar protección policial y mostrara fotos de la explotadora, iniciando la investigación del Equipo de Esclavitud Moderna y Explotación Infantil de la Policía Metropolitana de Londres.

En su testimonio, la víctima dijo que poco después de comenzar su curso de inglés en Manchester, fue invitada a viajar a Londres para conocer a la mujer con la que había negociado la beca.

Al conocerla, escuchó que tendría que firmar un contrato o de lo contrario "no podría regresar a Brasil", "tendría que vivir en las calles de Londres" y "nunca volvería a ver a su familia".

El contrato, según la policía, pedía a la brasileña "vender su cuerpo". A los investigadores les dijo que no tenía alternativas y que firmó el documento por temor a no poder regresar a Brasil.

La historia se repitió con las otras brasileñas, que también llegaron a Inglaterra tras la promesa de estudiar inglés con el curso, alojamiento y pasajes pagados.

Se les exigió que ganaran US$690 por día. A cambio, recibían un pago semanal de US$345, más US$70 para comida. Para lograr el alto precio estipulado por los explotadores, las mujeres a menudo tenían que reunirse con entre 15 y 20 clientes en un solo día, según la policía.

La cantidad confiscada por la pareja serviría, según ellos, para pagar los gastos del viaje que las chicas creían haberse ganado de forma gratuita.

En los dormitorios, todo era filmado por cámaras controladas por la pareja. Les dijeron a las víctimas que enviarían las imágenes a sus familias "si no hacían lo que se les pedía".

El nivel de control sobre las mujeres brasileñas fue más allá. Las jóvenes recibieron teléfonos celulares de trabajo, con los cuales obtenían información sobre los horarios de los clientes a través de WhatsApp y todos sus movimientos eran monitoreados por GPS. Durante un tiempo, se les obligó a ir acompañadas al curso de inglés, pero pronto se vieron forzadas a abandonar las clases.

Su calvario terminó, pero decenas de miles de jóvenes en latinoamérica son presas fáciles de estas organizaciones, por la falta de expectativas de futuro en sus países y la capacidad logística de los delincuentes.