La guerra de Ucrania es un conflicto del Siglo XX en términos bélicos y del Siglo XXI en términos económicos o de recursos.

Lo primero que hay que decir, es que el líder Occidental que encabeza las sanciones económicas contra Rusia, es un señor que le extiende la mano para saludar a un amigo imaginario sobre un escenario. Y que según la propaganda de los países de la OTAN, el líder ruso es otro señor que padece una enfermedad terminal incurable que no está para gobernar.

Tales cosas desnudan un problema de capacidad de maniobra en una crisis de carácter fenomenal, que amenaza la paz mundial.

Ahora bien, en el terreno de combate, sobre tierra ucraniana, el conflicto parece del siglo XX. La voluntad manifestada por el presidente del país invadido, Volodymyr Zelenski, de poner sobre el terreno un millón de civiles armados, demuestra el cariz de la guerra. Hace años que la cantidad de soldados en el terreno no define una guerra, desde la invasión de la propia Rusia a Afganistán.

El avance de la tecnología en materia de armamento en los años '80 y '90 del siglo pasado, marcaba una diferencia entre los países mas avanzados y los menos desarrollados, pero no la suficiente como para desequilibrar una inmensa mayoría de combatientes en el terreno. Hoy, dos misiles desde un submarino deberían terminar con cualquier conflicto. Pero eso no ocurre en Ucrania.

En lo que si parece un conflicto del Siglo XXI es en el intercambio de sanciones económicas entre los bandos en pugna, con exclusión de Ucrania: la OTAN y Rusia. Unos confiscan bienes, porque los potentados rusos y el propio estado los tienen distribuidos por el mundo y no en su territorio; del otro lado, bloquean el envío de energía a los páises europeos.

Todo ello esta basado en la economía globalizada que no era tal el siglo pasado. Los mayores adquirentes de ptroleo ruso son los países de la OTAN. Al decidir no comprarlo más, perjudican la economía del país de Vladimir Putin, pero también encarecen el precio del combustible en sus propios países y agravan el problema inflacionario que ya se había disparado antes de la guerra.

Por otro lado, Rusia deniega el suministro de gas a Europa y asimismo, ahora decidió no seguir vendiéndole energía eléctrica a Finlandia, por su expresa ambición de ingresar a la OTAN. Es decir, Occidente está en condiciones de perjudicar financieramente a Rusia, pero Putin está también en capacidad de complicar energéticamente a Europa.

No quire decir que Finlandia andará a oscuras. Pero sí, que pagará mas caro por la electricidad, que sus ciudadanos deberán afrontar una inflación a la que no están acostumbrados. No implica necesariamente que Europa no podrá calentarse en invierno, pero si que deberá pagar el gas mas caro, es decir, una devolución de gentilezas financieras.

Esa guerra, la económica, tendrá desenlances a largo plazo inimaginables. La luz y el gas mas caros o la carencia de los mismos, afecta a la industria, y por ende al empleo, en consecuencia al consumo y otra vez, al empleo, justamente, en un contexto inflacionario.

Todo ello sin considerar el desabastecimiento de alimentos que provoca el conflicto en uno de los mayores "graneros del mundo", como es Ucrania.

Terminado el conflicto bélico, habrá un país que reconstruir, muchas vidas que llorar y la enorme tristeza que genera el hecho de darse cuenta de que la humanidad no aprendió nada.

Pero la otra guerra, pone al mundo frente un panorama sombrío, de otras características pero confuso, donde las potencias actuales pueden ver sucumbir su prosperidad y esto reconfiguraría el mapa geopolítico mundial.