Un cambio, sólo eso, y tanta tela para cortar. Y está ahí el punto principal de la cuestión: tanta repercusión autogenerada simplemente por una modificación. Con el partido 1 a 1, Mauricio Pochettino, director técnico del PSG, decidió sacar a Lionel Messi, a falta de 15 minutos. La cara del capitán de la Selección Argentina y las miradas posteriores destararon una tormenta en un cielo parisino que ya estaba bastante nublado por el bajo nivel del equipo.

"Este es un plantel muy amplio, tengo 35 jugadores, y los entrenadores estamos para tomar decisiones. A veces pueden gustar y a veces no. ¿Su reacción? Le pregunté cómo estaba, me respondió que bien, sin problemas", afirmó el ex DT del Tottenham en la conferencia de prensa posterior. Y está claro que desde un punto de vista frío y descontextualizado tiene toda la razón.

Los clubes tienen estructuras jerárquicas y los entrenadores están por encima de los jugadores. Toman a diario decisiones que los afectan y tienen la libertad de ponerlos y sacarlos. Pero, al mismo tiempo, Pochettino administra un equipo, respecto del cual busca lo mejor. Lo mejor en la cancha, sí, pero para ello es imperioso mantener el equilibrio en muchos otros aspectos: egos, humores, convivencias.

Messi no sale. A Messi no se lo sustituye, no se lo cambia. Eso quedó claro en toda su carrera. Cada vez que un técnico lo sacó, se compró un problema. ¿Está bien que un jugador tenga esa clase de poder? ¿Es correcto que un DT tenga coartada su capacidad de maniobra porque un futbolista le impone reglas implícitas de manera tan tajante? Probablemente no, pero así se manejó durante los últimos 14 años, y con ese comportamiento se transformó en uno de los más grandes de la historia.

Es decir, el PSG, con la aprobación de Pochettino, no fue a buscar a un joven talento de 20 años, con un futuro promisorio, al que hay que moldear. Fue a buscar a un consagrado absoluto, un ganador de seis Balones de Oro, el jugador del siglo, que tiene sus propias reglas y más allá de cambiar de equipo, no las modificará a sus 34 años. Pretenderá, con bastante lógica, que una institución, poderosa desde lo económico pero con una historia futbolística incipiente, se adecue a su impronta.

De acuerdo a datos del sitio Opta, especializado en estadísticas, Messi solo fue sustituido 18 veces desde el 2010 hasta hoy. La mitad de las veces se debió directamente a lesiones. La otra mitad a situaciones muy particulares: cuestiones físicas de un pasado reciente, acumulación de partidos o necesidad de descanso. Pero, todas con un denominador común, su equipo se encontraba ganando y él ya había dejado su huella en el resultado. Conclusión: Messi no sale.

Pochettino es un entrenador brillante, con métodos que potencian a sus jugadores y con un manejo de grupo estricto. Tiene su manual, pero tendrá que escribir cientos de páginas sobre la marcha, porque pocos han tenido que gestionar tanta abundancia de un mercado hacia otro. Va a cometer errores y va a tener problemas, pero necesita al menos no generárselos él mismo.

Está claro que la historia necesita un villano y ese villano seguramente sea el DT, haga lo que haga. La dirigencia no concebirá de ningún modo que ante una inversión tan multimillonaria no se cumplan holgadamente los objetivos deportivos. Y los hinchas, los de todo el mundo, buscarán un culpable fácil, a quien se pueda cargar fácilmente de responsabilidades. Porque claro, sus ídolos son infalibles, Messi, Neymar y Kylian Mbappé son los mejores y los mejores juntos, casi como una fórmula matemática, no pueden fallar.

Pochettino seguramente comprenda que eso no es así, que su tarea es titánica, que tiene mucho que perder y poco para ganar. Debe saber que ante la derrota será responsable único y ante la victoria el menos influyente. Es lo primero que debe haber comprendido cuando aceptó hacerse cargo de este monstruo: Pero, en ese esquema, es imperioso que no se pegue tiros en el pie él mismo.