La cosa estaba así. Manchester City marchaba primero en la Premier League, pero si no le ganaba al Aston Villa y el Liverpool si lo hacía en su compromiso con el Wolves, los campeones eran los Diablos Rojos, y la frustración era gigante: ya quedaron afuera de la Champions League y los de la ciudad de Los Beatles jugarán la final.

Y parecía que se venía la noche. Antes de terminar el primer tiempo, el Aston Villa se pusó en ventaja con gol de Matty Cash. Aunque en Anfield la cosa estaba 1 a 1, fruto de un gol tempranero de Pedro Neto para el Aston Villa y el empate de Sadio Mané a los 24 para el Liverpool, que estaba a un gol de quedarse con todo.

En la segunda etapa el City parecía perdido, y para peor, a los 25 minutos, Coutinho puso el 2 a 0 para el Aston Villa y parecía firmar su sentencia. Pero, los de Guardiola resucitaron de su depresión y de golpe, un vendaval cósmico cayó sobre el arco del visitante. A los 30 minutos Gündogan descontó y a los 32 Rodrigo Hernández empató el partido. Como si fuera, poco, otra vez Gündogan colocó las cosas 3 a 2 a favor del City y ocurrió el milagro.

Liverpool hizo lo suyo, derrotó al Wolves, con goles de Mohamed Salah a los 39 minutos del segundo tiempo y de Andrew Robertson a los 44 minutos, imponíendose por 3 a 1. Pero con la repentina resurrección del Manchester, nada de eso alcanzó. Guardiola se lleva, aunque más no sea, un título local en la mejor liga del planeta. No es poco.