La nadadora estadounidense Lia Thomas ha generado una gran polémica en relación al derecho a competir de los deportistas trans y en que categoría deberían participar. Por supuesto, el debate surge de sus buenos resultados: hay muchos deportistas transgénero que al conseguir un rendimiento medio en sus disciplinas no despiertan este tipo de ataques y búsquedas de descalificación.

Thomas compitió con documento masculino durante su etapa escolar y sus primeros tres años en la Universidad de Pensilvania, en su país natal. Posteriormente, se sometió a un tratamiento hormonal de cambio de sexo, en el período que coincidió con la suspensión de los campeonatos por la pandemia del COVID-19.

Al comenzar la temporada 2021-22 volvió a nadar, pero en este caso en la categoría femenina y consiguió resultados sorprendentes. En 100 y 200 yardas consiguió los mejores tiempos de la temporada en su país y quedó a menos de dos segundos de récords nacionales obtenidos por leyendas de la natación como Katie Ledecky o Missy Franklin.

En consecuencia, comenzaron a surgir reclamos de padres de otras estudiantes universitarias contra la posibilidad de que Thomas compita, todo disparado por una carrera en la que le sacó 38 segundos de diferencia a la segunda.

Existen deportes con enormes vacíos legales en torno a los atletas trans, pero no es el caso de la natación. Por ejemplo, la NCAA, Asociación Nacional Deportiva Universitaria, que regula la mayor cantidad de competencias deportivas universitarias en los Estados Unidos, exige para aceptar el cambio de sexo de un deportista, un tratamiento hormonal de un año de supresión de testosterona natural. Thomas se sometió a ese tratamiento dos años y medio. 

El Comité Olímpico Internacional (COI) fijó un límite de testosterona en sangres (10 nanomoles por litro) para permitir la participación de una atleta trans. Otro requisito que Thomas, según afirman, cumple.

La diferencia de tiempo promedio entre los records de natación masculinos y femeninos es del 11%. Thomas, a partir de sus tratamientos hormonales, sólo ha disminuido sus tiempos entre un 2% y un 5%, dependiendo de la prueba.

A partir de todo eso, se han generado debates de diversa índole. El primero, el científico. Hay expertos que aseguran que más allá de la reducción de la testosterona en la actualidad, el desarrollo muscular generado en sus tiempos de pubertad e inicio de adultez genera una ventaja que no se suprime y que aún beneficia a la deportista.

Otros, en cambio, sostienen que no todos los deportistas trans obtienen este tipo de resultados superlativos a la hora de competir y que es imposible afirmar que los geniales tiempos de Thomas se deban a cuestiones vinculadas a la testosterona y la masa muscular.

También aseguran que la mayoría de los atletas de élite, como Rafael Nadal, Michael Phelps o Michael Jordan poseen capacidades físicas por encima de sus adversarios, desde una capacidad pulmonar o cardíaca privilegiada hasta una flexibilidad muscular superior, y que no existe en esos casos discusión alguna sobre prohibirles competir. 

Respecto del otro debate, el jurídico, el margen de discusión es mucho menor. Si existen determinadas normas para los deportistas trans y una atleta las cumple con creces y consigue tener éxito, ¿por qué se habría de cuestionarla o prohibirla?.

Thomas se atiene a lo preestablecido, cumple y gana. Si un deportista respeta todos los reglamentos y aún así se lo cuestiona o se lo busca prohibir, es lógico que se sienta discriminado.

La solución, siempre, en todo deporte, debe ser legislar a futuro y no excluir a los casos puntuales que cumplieron con lo dispuesto. Cuando más, si se concluye que alguna de las posturas científicas antes expuestas tiene un mayor grado veracidad, debe implementarse una nueva reglamentación. Una que asegure la posibilidad de que un deportista, trans o no, cumpla con ella y pueda tener éxito sin cuestionamientos.