En términos generales, Historias de vida con un poco de fútbol se dedica a contar tramas de índole personal, ya sean curiosas, impactantes, inspiradoras o emocionantes, que en general están por detrás de las grandes luces del mundo deportivo. Pero en este caso se tomará una licencia: narrará un relato puramente deportivo, porque la riqueza de la historia lo amerita. El torneo más loco de todos los tiempos, el reglamento más descabellado y el partido más irreal, inverosímil incluso para un cuento de ficción: la historia de la Copa del Caribe 1994.

Hacia mediados de la década del 90', más precisamente en el 94' se jugó la quinta edición de la Copa del Caribe, un torneo organizado por la Unión Caribeña de Fútbol, un pequeño organismo afiliado a la CONCACAF que representa a unas 25 selecciones de América. 

De por sí, el esquema del campeonato era extraño: había una fase de grupos inicial, con seis zonas, de las cuales solo el primero de cada una clasificaba a la siguiente ronda, una segunda fase de grupos con dos zonas, solo para los que pasaran la primera y recién después semifinales y final.

Más allá de que el torneo otorgaba una plaza para la Copa de Oro de la CONCACAF, el equivalente a la Copa América de Norte y Centroamérica, no despertaba una gran expectativa. Además, en varios de los países que iban a disputar el campeonato, el fútbol no era un deporte de tanta penetración cultural, por lo que decidieron realizar un par de cambios reglamentarios para tratar de hacerlo más atractivo. 

Lo cierto es que lo consiguieron, pero a costa de despedazar la lógica deportiva por completo. El primer cambio reglamentario llamativo fue disponer que ningún partido podía terminar empatado; ni siquiera los de fase de grupos. Si había igualdad, debía jugarse un alargue.

Hasta ahí, poco habitual, pero no tan inimaginable. Pero los organizadores fueron por más: añadieron la regla del gol de oro, pero bajo parámetros muy diferentes a los conocidos.

Durante los 90' fue común que varios torneos adoptaran la variante del gol de oro. La misma consistía en que, en el alargue consecuencia de un empate, el primer equipo que convertía un tanto ganaba el partido. Pero en la Copa del Caribe, interpretaron la regla de un modo distinto: los goles de oro, es decir, los convertidos durante el alargue, valían doble. Una rareza absoluta.

El torneo se desarrolló bajo esos extraños lineamientos, pero sin mayores inconvenientes, hasta que las diversas selecciones empezaron a jugarse la clasificación y comenzaron a exprimir, con toda la lógica, los huecos del reglamento.

Llegada la última fecha de la primera fase de grupos Barbados debía enfrentar a Granada y ganarle por dos o más goles de diferencia para pasar de ronda. E hizo bastante bien su trabajo, porque en un muy buen arranque de partido consiguió ponerse 2 a 0 arriba.

Sin embargo, a los 38 del segundo tiempo, cayó el descuento de Granada que implicaba su eliminación. Fue allí cuando entre los jugadores de Barbados surgió la astucia, la viveza o quizás tan sólo la matemática más pura: tenían sólo siete minutos para conseguir un gol salvador, pero si se hacían un gol en contra iban al alargue, por lo que iban a tener 30 minutos adicionales. Y encima, dada la reglamentación del torneo, les alcanzaría con un sólo gol más, ya que en el alargue valían doble.

Un defensor, Terry Sealey, apuntó sin ninguna sutileza contra su propio arco y empató el partido. Desde allí, en los siete minutos finales más el adicional, se suscitó el partido más descabellado de la historia. Los jugadores de Granada notaron lo que habían hecho sus rivales y se dieron cuenta de que podían hacer lo mismo: si convertían un gol a favor, clasificaban por puntos; si lo convertían en contra, perdían pero por un sólo tanto, por lo que avanzaban por diferencia de gol.

El encuentro se transformó en un verdadero caos. Ni bien Granada sacó del medio, los jugadores de Barbados se dividieron en dos: cinco y el arquero para defender su arco... ¡y otros cinco para defender el arco rival e impedir el gol en contra!. Un verdadero delirio.

La pelota iba perdida de una punta a la otra y los hombres de Granada buscaban con desesperación en que arco era más sencillo meterla. Ni el árbitro ni los espectadores podían entender bien que estaba pasando, pero los jugadores de Barbados, con el panorama mucho más claro, bancaron estoicamente la defensa de las dos vallas y forzaron el tiempo extra.

En esa instancia, el partido volvió a jugarse de manera normal: los dos necesitaban ganar. Y, efectivamente, a Barbados la avivada le salió redonda. Convirtieron el tan ansiado gol doble, obtuvieron la clasificación y consiguieron entrar en la historia como los ganadores del partido más atípico de todos los tiempos. Claro que el talento no acompañó la picardía y los autores intelectuales del plan maestro no superaron la siguiente ronda del campeonato.