Describir lo que pasó en la final del Mundo es totalmente imposible para cualquier terrestre al que le corra sangre por las venas. Los recuerdos de cada jugada se esfuman en emociones tan invasivas como puras. Pero, algo es cierto y ya nunca podrá borrarse: Argentina se impuso en el mejor partido de la historia de los Mundiales, ganó la tercera y es campeón mundial. La Albiceleste empató 3 a 3 con Francia, a la que superó en todo momento, y pese al injusto sufrimiento se impuso en los penales 4 a 2.

El primer tiempo del equipo que dirige Lionel Scaloni fue descomunal. Fue un baile absoluto, con fútbol total. Pocas veces un seleccionado mostró tal nivel colectivo. Con paliza táctica de arranque, porque el entrenador seguramente habrá pensado en como detener a Kylian Mbappé, pero también como lastimar, con Ángel Di María, de enorme partido, por la izquierda.

Con el correr de los minutos las posiciones dejaron de importar porque individualmente cada uno de los jugadores nacionales tomó exactamente la decisión que el juego requería. El primer gol llegó de penal, gracias a una jugada a puro potrero de Di María, que abierto por la izquierda le hizo le generó un desastre tanto a Jules Koundé, marcador central que jugó el torneo como lateral y también a Ousmane Dembélé, que lo siguió en esa acción puntual y demostró su falta de oficio para marcar. Messi ejecutó con una paz soberbia, casi fuera de contexto, y convirtió.

El segundo gol fue la mejor obra de arte colectiva del campeonato. Nahuel Molina tuvo la chance de despejar, pero eligió jugar al fútbol, para adelante, ese rubro en el que nadie pudo superar a la Scaloneta. Se la dio a Messi, que tocó con Julián Álvarez y allí partió un pase hacia adelante para Alexis Mac Allister. El de la inagotable cantera de Argentinos Juniors corrió y decidió dar un pase imposible para los nervios del momento. Pero, se la puso en el pie izquierdo a Di María, que a la carrera venció a Hugo Lloris.

Si la primera parte fue ideal, la segunda fue, al menos, muy buena. El equipo se mostró un poco menos voraz y más cauteloso, pero con total lógica. Manejó el trámite y todo se encaminaba a un final calmo, pero hubo que sufrir horrores. Quedaban poco más de 10 minutos y el mediocampo quedó demasiado estirado. Nicolás Otamendi tuvo su primer fallo en el Mundial tras una pelota larga que le peleó y le ganó Randal Kolo Muani. El atacante del Eintracht Frankfurt se metió en el área y el defensor lo derribó. Por primera vez apareció Mbappé y convirtió de penal.

Menos de un minuto después, el equipo europeo aprovechó el envión. Kingsley Coman le robó la pelota a Messi y la tiró a cargar en el área. Kolo Muani peinó, Mbappé se tiró y con una volea violenta asestó un mazazo en el corazón de todos los argentinos. El golpe fue infernal y pese a que los jugadores no se derrumbaron, la zozobra de los últimos minutos fue total. Fue el único pasaje en el que el rival fue mínimamente más.

Hubo que llegar a un tiempo suplementario absurdo, detestable e injusto. El seleccionado nacional se recompuso y pese al enorme cansancio volvió al partido. Scaloni administró los cambios y cuando decidió soltarlos a la cancha todo fue como antes. Otra vez a fuerza de fútbol todo pasaba a ser del mejor. 

En la segunda parte del alargue, Lautaro Martínez, que entró bárbaro en el partido, armó una buena jugada con Messi, picó al vacío al límite del fuera de juego pero habilitado, pateó al primer palo y tras el rebote de Lloris, el capitán la empujó. La angustia interminable hizo padecer hasta ese gol, primero por la posición del delantero del Inter y luego porque Koundé le sacó el tiro al 10 argentino, aunque desde adentro del arco. Con ayuda del reloj tecnológico, Szymon Marciniak cobró el gol.

Pero había mucho más. Quedaba un padecimiento inexplicable. Otra vez Les Bleus cargaron el área sin ideas. Tras un tiro de esquina sin peligro, Mbappé pateó al bulto y la pelota le dio en el brazo a Gonzalo Montiel, que salió a tapar desesperado. Otra vez el velocista del PSG tuvo un penal a favor, una vez más no falló y, nuevamente, todo fue desazón. 

Hubo tiempo en el juego solamente para una acción más. El que pudo ser el de más tribulación, más llanto y más desolación de la historia del fútbol argentino. Un pelotazo largo encontró mal parado a Otamendi, que falló por segunda vez en todo el torneo. Kolo Muani apareció atrás de todos, solo, mano a mano, con la pelota que picaba. Todo lo que se pudo haber padecido, fue evitado por “Dibu” Martínez, que salió con decisión y todo el cuerpo extendido y anticipó la gloria que llegaría a continuación.

Llegó el tiempo de la tanda decisiva, el punto culmine de los nervios. Allí volvió a entrar en acción el “Dibu”, que ya se abraza con Ubaldo Matildo Fillol en el Olimpo de los del arco. Le sacó su remate a Coman y acertó el costado en el remate de Aurelién Tchouameni, que finalmente fue afuera. El final, como de cuento, le dio a Montiel, el de la mano en el empate final, la chance de redimirse. Pateó el penal con maestría y desató la inolvidable gloria.

La alegría es inmensa, por la identificación, por la necesidad de festejar y, fundamentalmente, por el fútbol que este equipo desplegó. Los ojos se llenan de lágrimas al ver a 11, o mejor dicho a 26, llevar tan a flor de piel la esencia un modo de vivir, que se traspola al deporte más popular. Salud campeones, gracias por la emoción eterna. Benditos sean los ganadores de la mejor final de todos los tiempos.