Una vieja canción de Quilapayún se preguntaba irónica:” ¿Qué dirá el santo padre que vive en Roma, que le están degollando a su paloma? Era una crítica a un Vaticano que llegaba demasiado tarde a los más graves problemas terrenales y que muchas veces se ponía del lado de los verdugos de la paloma de la paz. O que se lavaba las manos en una versión moderna de Poncio Pilatos.

El Papa Franciso, como parte de la resurrección revolucionaria que está produciendo en la Iglesia, hizo todo lo contrario. Se convirtió en el jefe espiritual de la inmensa mayoría de la humanidad que quiere la paz y que rechaza la guerra. El Papa Francisco no permite que deguellen a su paloma. La protege con sus rezos y con sus manos. Alimenta la paloma de la paz para que crezca fuerte, se reproduzca y pueda sobrevolar por todo el planeta.

El Papa Francisco actuó más rápido que los misiles. Le ganó de mano al bombardeo para no llorar después sobre la sangre derramada. Y no se quedó solo en las palabras. Tuvo gestos y convocatorias universales y ecuménicas. Le mandó una carta a Vladimir Putin. Llamó a concentraciones en todo el mundo y a todas las religiones para decir lo más simple y lo más profundo: que la violencia jamás puede ser el camino hacia la paz.

Todos sabemos que hoy Siria está dominada por un dictador que comete crímenes de lesa humanidad. Y que esa humanidad no debe ni puede permitir que el estado sea terrorista contra su propio pueblo y que utilice armas químicas para matar a chicos. Semejante atrocidad debe ser denunciada y condenada. Pero todos sabemos también, que ningún bombardeo por más quirúrgico que sea, puede hacer estallar la paz. Todo lo contrario. Quedaríamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Ya lo dijo un sabio como Albert Einstein: “No se como será la tercera guerra mundial pero la cuarta la vamos a pelear a palos”.

El Papa puso al ejército de la fe al servicio de la resolución pacífica del conflicto de Siria. Se transformó en “El Apóstol de la paz”. Sabe que no se puede sumar más horror al horror. Que las muertes no se curan con más muertes. El Papa de los pobres predica con el ejemplo y pregona que ningún hombre puede ocupar el lugar de Dios y decidir sobre la vida y la muerte de las personas. Nada se gana, todo se pierde con la guerra que es la peor de las dinamitas porque rompe todo y se multiplica. Lo dijo el Papa para la historia: la guerra es una derrota de la humanidad. Y hay que darle una oportunidad a la paz, como pedía Lennon. Hay que seguir el camino de Ghandi que nos decía que con el ojo por ojo vamos a terminar todos ciegos. El Papa le dijo a todas las plazas de San Pedro que se diseminaron por el mundo en oración, ayuno y vigilia que las palabras de la paz son tres: perdón, diálogo y reconciliación. El Papa le pidió a Dios que la guerra no nos sea indiferente. Porque es un monstruo grande que pisa fuerte.

El Papa del fin del mundo es el que mas hizo más por la paz en el mundo en menos tiempo. Se puso sobre su espalda la cruz del sacrificio, la tarea titánica de frenar aviones y tanques con los valores universales. Su convocatoria fue multitudinaria y planetaria. Los seres humanos sabemos que Siria hoy es el nombre de una bomba atómica de tiempo. Cualquier chispa la puede hacer estallar. El Papa lidera la construcción de la paz. Ya se ganó el Premio Nóbel aunque no lo tenga. Un genio decía que tenemos que ocuparnos y preocuparnos por el futuro porque es el lugar en el que vamos a pasar el resto de nuestra vida.

El Papa reza por nosotros y pide que recemos por él. El Papa reza por la paz y pide que todo el mundo rece por la paz. Pero no se conforma con palabras. Va a los hechos, a los gestos, construye situaciones, presiona con todas sus fuerzas. Es un Papa activo que no se resigna frente a la injusticia ni el odio. Pelea con sus armas para cambiar la realidad. Se lo digo en cinco palabras: el Papa reza pero hace.