Como los 30 mil desaparecidos, la Argentina vuelve a alcanzar un número fatídico que quedará en la historia: las 100 mil personas fallecidas por Coronavirus. 100 mil familias, muchas de las cuales no pudieron despedir a sus seres queridos, 100 mil desgracias, 100 mil padres, hijos, abuelos, hermanos, argentinos.

Muchos errores pueden adjudicarse al gobierno ya atravesado ese límite simbólico. Pero sin distancia histórica es complejo juzgar. ¿Faltaron vacunas? Faltaron. ¿Pero no faltaron en todo el mundo subdesarrollado? Y, sí. ¿La estrategia para evitar la propagación fue la adecuada? No, pero no con el diario del lunes, ¿qué hacer ante esta sorpresa desgraciada, desconcertante, atroz? Seguramente la respuesta es similar en todos lados: lo posible.

El gran problema del símbolo numérico de los 100 mil es anímico. La moral de las personas en nuestro país esta destrozada. Y en eso sí, el gobierno ha colaborado. El encierro, ineficiente y prolongadísimo de 2020, la pérdida de expectativas de supervivencia de los trabajadores independientes o informales, la mitad del país. Los hijos sufriendo la problemática familiar encerrados en sus casas en lugar de jugar con sus amigos en el colegio. Sin abuelos, sin tíos, solos.

No vale la pena seguir enumerando porque se termina deprimiendo el que escribe. La cantidad de desgracias sufridas en este año y pico, se remata con 100 mil muertos. 

“No lo dudé nunca: prefiero tener 10% más de pobres y no 100.000 muertos”, dijo el presidente Alberto Fernández, entre tantísimas cosas que dijo y sigue diciendo. Y se llegó a las dos cosas. Ya hay 10% mas de pobres y ya hay 100 mil muertos.

Y he aquí uno de los problemas mas graves. Porque la pandemia está, es mundial y no es culpa de nadie. Los países pobres han hecho lo que pudieron, con las vacunas, las medidas, etc. Pero la deficiencia comunicacional agrava la crisis, desmoraliza al pueblo. La constante errata discursiva exige una revisión, porque los desafíos continúan.

Hace dos días el presidente dijo también que para septiembre todos los argentinos van a estar vacunados. ¿Hace falta seguir anunciando imposibles? ¿Con que fin? ¿El simple aplauso en un acto donde la gente es llevada y va a aplaudir si el presidente repite la formación de Argentinos Juniors, del mismo modo que si pide un vaso de agua? ¿El regocijo de los twitteros propios, que igual son propios?

El presidente mella así su credibilidad una vez más, cuando la necesidad de guía de un pueblo deprimido y desesperanzado exige un liderazgo menos errático, más solvente, mas empático. A menos expectativa, menos desilusión.

Hay muchas cosas que la oposición achaca al gobierno que son argumentos oportunistas, se ha hecho lo que se ha podido. Pero el exceso de comunicación y la mala comunicación han hecho un daño que todavía no se mensura. Y ahora, surge un número que comunica por sí solo, al que el propio presidente, una vez más, ya había hecho desgraciada mención. 100 mil muertos.