Baila el “Dibu”. Y llora el “Dibu”. Es leyenda el “Dibu”. Sacó a la Argentina de sus momentos mas complicados, con un coraje fuera de lo normal, una valentía y una personalidad, forjada al amparo de la lucha, del trabajo y del tesón.

El “Dibu” nos salvó cuando todos los demás no pudieron. Cuando después de ir ganando 2 a 0, Australia descontó y se nos vino, tapó un mano a mano descomunal, imposible, majestuoso, frente al joven morcho australiano.

Y cuando los neerlandeses se vinieron, y otra vez nos empataron un partido que ibámos ganando, hubo que pedirle al “Dibu” que sacará nuevamente su temple, su hombría, pero el “Dibu” siempre tiene algo más de eso, detuvo dos penales y nos clasificó a las semis.

Y en la final fue épico, maravilloso, extraordinario, superlativo. Porque el partido estaba mas ganado que contra Holanda y sin embargo, lo empataron. Y otra vez estaba ganado en el alargue y otra vez lo empataron.

Allí fue cuando en el último segundo, ellos volvieron a quedar mano a mano y todo el sueño se derrumbaba injustamente, tan injusto como puede ser el fútbol, parecía el final. Un tristísimo e inmerecido final. 

Pero allí volvió a emerger ese pibe, criado en el campo de entrenamiento de Wilde, aprendiendo de uno de los mejores de la historia, el legendario Pepé Santoro. El que se fue de muy chico, con apenas 17 años, a probar suerte a Inglaterra. El que nadie conocía cuando fue convocado por Lionel Scaloni y los periodistas deportivos despotricaban porque debían jugar Franco Armani de River o Andrada de Boca.

Ahí apareció otra vez “Dibu”, no llegó con las manos, pero estiró toda su pierna y con la punta del pie, salvó la ropa, con todo su espíritu, con esas pelotas bien por arriba de la media y nos llevó a los penales.

Y ya que estaba, nos llevó allí donde sabe tan bien lo que hace. Otra vez, gigante, superlativo. Tocó el primero y no lo pudo desviar. Pero atajó el segundo, con la cara, porque la pelota le atravesó los brazos, pero lo sacó. El siguiente, fue desviado. 

Hay que patearle a este tipo. Es gigante, sus piernas tienen una fuerza bestial, y su corazón. Mi madre, que corazón. Tanta necesidad de que vaya bien al rincón, que terminó yendo afuera. 

Tanto miedo de patearle ha generado el pibe que adolescente, se fue del predio de Wilde para probar en tierras de mejores oportunidades. Pero que volvió para esto, para darnos la gloria de la mano de su coraje. ¡¡¡Gracias “Dibu”!!!, por siempre.