El 5 de septiembre de 1972, a las cuatro de la madrugada de la segunda semana de los juegos olímpicos, ocho miembros del grupo terrorista palestino, Septiembre Negro, lograron colarse dentro de las instalaciones olímpicas. Sus intenciones eran claras: Se dirigían hacia los departamentos donde se alojaba la delegación israelí

Una vez dentro del recinto, tomaron de rehenes a los 11 atletas israelíes y a un policía alemán, pidiendo a cambio la liberación de sus líderes Andreas Baader y Ulrike Meinhof, quienes estaban detenidos en Alemania, y otros 234 prisioneros palestinos que estaban en cárceles de Israel.

La policía alemana intentó varias veces negociar con los terroristas, al igual que entrar al edificio a modo de rescate, no obstante, todos los intentos fracasaron. La única opción que les quedó fue aceptar la propuesta palestina de escapar con los rehenes a Egipto, huyendo a través del aeropuerto de Fürstenfeldbruck. Sin embargo, la policía alemana les había tendido una trampa en el avión, y los terroristas, al percatarse del hecho, ejecutaron a todos los rehenes, dejando un saldo de 12 muertos. 

La reacción de las familias

Al momento del hecho, los familiares de las víctimas acusaron a Alemania de no asegurar protección a sus deportistas dentro de la Villa Olímpica. Debido a que era la primera vez, después del nazismo, que el país germano era anfitrión de los juegos olímpicos, se había decidido que la circulación iba a ser más libre y con menor ostentación de armas. 

Asimismo, se le imputó a las autoridades alemanas de haber rechazado la oferta de ayuda por parte de Israel, y de manejar mal la operación de rescate

Este año, a los familiares se les invitó a la conmemoración de los 50 años de la Masacre, sin embargo, se negaron a asistir, por lo que el gobierno alemán les ofreción una indemnización total de 28 millones de Euros.