La batería de sanciones sin precedente contra Rusia por la repentina crisis humanitaria causada en Ucrania no surtió efecto hasta ahora. ¿Estaba preparado Vladimir Putin para enfrentar el reto financiero? Veinte días después del comienzo de la guerra, Rusia iba a caer en default (incumplimiento de pagos). Debía saldar ese día, el 16 de marzo, intereses de la deuda pública. Algo así como 117 millones de dólares. Una propina para sus arcas. Disponía de los fondos en dólares en el exterior, pero estaban congelados. Era imposible liquidar el vencimiento en rublos, moneda en caída libre a raíz de la guerra.

Sobre la hora, el banco norteamericano JP Morgan aceptó el pago en dólares y, como corresponsal de Rusia, envió el dinero al Citigroup, encargado de remitirlo a los tenedores de bonos rusos. Curiosamente, el gobierno de Estados Unidos, impulsor de las sanciones codo a codo con sus aliados europeos, aprobó la transacción. El default, en caso de concretarse, iba a ser artificial, según el ministro de Finanzas de Rusia, Anton Siluanov. Era un monto testimonial frente a otros vencimientos: 615 millones de dólares en marzo y 2.000 millones en abril.

La bancarrota técnica está lejos de parecerse al efecto vodka de 1998. Rusia cayó entonces en default debido a la crisis asiática, iniciada con la devaluación del bath, la moneda de Tailandia. El rublo se desmoronó un 70 por ciento. El impacto de la cascada regional dio en el mentón del gobierno de Boris Yeltsin. La situación empeoraba mes tras mes. La inestabilidad, tras la desintegración de la Unión Soviética siete años antes, afectó la política económica, cambiaria y fiscal, así como sus principales productos de exportación: el petróleo, el gas y los minerales no metálicos. No alcanzó el paquete de ayuda anudado con el Fondo Monetario Internacional.

Putin sabía esta vez que iba ser sancionado como en 2014 por otra incursión militar. Con la toma de la península de Crimea y el conflicto armado en la región del Donbass recreó ese año el fervor nacionalista, no tan claro ahora con la masacre desatada en toda Ucrania. Desde 2015, el Banco Central de Rusia aumentó un 71 por ciento sus reservas. La mayor parte en oro y yuanes, la moneda de China, sólo útil para pagar las importaciones de ese país. También recortó las reservas que tenía en Estados Unidos y Francia. El rublo perdió un 33 por ciento frente al dólar. Había caído más rápido en 2014 y en 2008, durante la guerra entre Georgia y las provincias prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia.

El saldo a favor de Rusia se centra en el aumento del precio del petróleo y del gas, excluido de las sanciones por los gobiernos europeos. Las ganancias provenientes de ambos sectores financiaron el presupuesto nacional en 2021. Alemania y Austria importan de Rusia más de la mitad del gas que consumen. Algunos países de Europa del Este utilizan casi un ciento por ciento de gas ruso. El oeste de Europa obtiene la mayor parte de Noruega y Argelia.

La supuesta deducción de Putin en estas circunstancias: Rusia está en vías de convertirse en un paria tras el éxodo de corporaciones multinacionales como Coca-Cola y Volkswagen, pero los combustibles fósiles serán más escasos y costosos.

¿Puede China mediar entre Rusia y Occidente? Xi Jinping, en pie de guerra comercial y tecnológica con Estados Unidos desde los tiempos de Donald Trump, no ve con buenos ojos las sanciones contra el régimen de Putin por una razón: afecta sus intereses. Y, a tono con el léxico ruso, restringió las palabras invasión, ofensiva y guerra. Prefiere hablar de situación, crisis o conflicto. Una forma de descafeinar la tragedia y de mantener una neutralidad escorada hacia su socio estratégico. El comercio entre China y Rusia pasó de 10.700 millones de dólares en 2004 a 140.000 millones en 2021, según el centro de estudios Carnegie Moscow Center.

Las sanciones, para Xi, son unilaterales y van contra el derecho internacional, más allá del avasallamiento de la soberanía de Ucrania con la anexión de Crimea en 2014 y la proclamación rusa de la independencia de las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk antes del primer bombardeo de 2022. La ambigüedad no siempre debilita. China levantó las restricciones de las importaciones de trigo y de las inversiones de Rusia.

El amor sin fronteras también tiene sus límites. China no puede comprarle a Rusia toda su producción de gas. Los gasoductos que van hacia el Este aún no están conectados. Tampoco puede echarle una mano con los pagos internacionales. Sigue dependiendo de la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT), el sistema de transacciones transfronterizas, cortado a Rusia.

Todo remite a TEG de Putin y al go de Xi. El juego de mesa creado en China hace miles de años consiste en conquistar territorios rodeándolos con piedras. Ambos suponen seguir a pies juntillas una estrategia, como si se tratara de conflictos bélicos. Requieren paciencia. Mucha paciencia. Y astucia. Mucha astucia.

Jorge Elías

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