El año 2020 fue la panacea de los estudiosos del rumor. Dos eventos extraordinarios, uno de ellos cataclísmico, fueron la fuente de miles de rumores que circularon por los diversos recursos que otorga internet, a velocidades siderales.

Por otro lado, el recurso utilizado por los estados para controlar la pandemia de Covid-19 fue medieval: encerrar a la gente en sus casas todo lo que sea posible. Las personas, sin trabajar, sin estudiar, todo el día en las cuatro paredes de su domicilio, se volcó masivamente a las redes sociales, para saber que pensaban los demás, que estaba pasando en Moscú, Bogotá o Canberra. Gentes que accedían a sus redes periódicamente, o que ni siquiera tenían cuentas en ellas, pasaron a estar conectadas todo el día, y a ser receptores primero, divulgadores después y coautores luego, de toda clase de rumores.

El evento político del año fue sin dudas la elección presidencial de los Estados Unidos, donde el candidato republicano Donald Trump buscaba su relección. Para el mes de febrero de 2020, a Trump no había con que darle, las encuestas lo señalaban como ganador claro, y sus rivales demócratas ni siquiera se estaban molestando demasiado en buscar un rival digno de hacerle frente.

De hecho, los eventuales candidatos más prometedores, de mediana edad, decidieron “guardarse” para el próximo turno electoral, uno donde contasen con mas posibilidades de ganar la elección. Así fue como a la recta final llegaron Bernie Sanders y Joe Biden, dos adultos mayores poco competitivos entre los que se impuso el segundo, sin mayor entusiasmo de nadie.

Pero la pandemia y la forma en que Trump decidió enfrentarla, así como el desplome económico que la misma generó, especialmente en términos de desocupación, puso al republicano en aprietos, su imagen se vino a pique y de pronto, Biden empezó a aparecer con posibilidades.
El evento pandémico, abrió la puerta para que todo el establishment político y comunicacional de los Estados Unidos, vieran la oportunidad de sacarse de encima a Trump, cuatro años antes de lo que preveían, y se puso en marcha una maquinaria feroz para derrotarlo, golpeándolo sistemáticamente y empujando a Biden hacia arriba en las encuestas.

Historia conocida, pese a las quejas mas que justificadas de Trump sobre el curioso recuento eterno de votos por correo que no permiten identificar fielmente al votante, y que iban dando vuelta el resultado de la noche de la elección con el correr de los días hasta que el republicano terminaba perdiendo estados en que ganaba holgadamente, el próximo presidente será Joe Biden.

Nadie puede negar que Trump es un personaje complicado, polémico, desafiante a grado poco recomendable y bastante irracional, y que, en base a todo ello, resulta mas preferible un viejo “pasillero” de los edificios gubernamentales de Washington, un burócrata de la política, como Biden, que el impredecible magnate. 

Así que sobre las maniobras que llevaron a la monumental campaña mundial anti-Trump, tampoco haremos aquí juicios de valor, como hemos dicho respecto a otros temas, a nuestros fines, no está ni bien ni mal, simplemente es. 

Lo que si nos compete es el enmarañado juego de rumores y operaciones de comunicación que condujeron al resultado electoral. Y también los que intentó utilizar el propio Trump para dañar a su rival, que no fueron pocos aunque en su mayoría, fueron torpes.

Lo primero que hay que decir es que, en los Estados Unidos, los medios suelen tomar partido por algún candidato en forma abierta. A diferencia de lo que ocurre en nuestro país, donde la toma de partido existe, pero es subrepticia, en el país del norte la cosa es complemente abierta, y la mayoría de los medios tiene una inclinación demócrata.

Entonces, combaten al candidato que les disgusta con editoriales, opiniones, y un diseño en la presentación de las noticias, que busca influir al elector. Lo que jamás había ocurrido, es que todos los medios (con la excepción de la cadena Fox y el diario de baja tirada New York Post), tomaran furioso posicionamiento por un candidato.

Así las cosas los medios estadounidenses perdieron cualquier objetividad y salieron a la caza de Trump, con el mismo posicionamiento que tomaron en 2016 a favor de otra candidata del establishment político, Hillary Clinton, pero esta vez con una fuerza inusitada, buscando abrir el hueco que proporcionó el virus y la consecuente caída de la economía.

El elector se vio rodeado. Por un lado, el gobierno federal de Trump no podía decidir que espacios territoriales eran objetos de confinamiento y cuales no. Eso quedó en manos de los gobernadores y los referentes de los condados. Los medios pugnaban por el cierre de todas las actividades y los muertos amontonados en Nueva York les daban la razón ante la gente, pero a su vez, cuando la economía se desmoronaba y el desempleo crecía desmesuradamente, la culpa era de Trump. 

Pero eso no fue todo. El presidente republicano había llevado a cabo en 2016 una estrategia comunicacional cuyo manejo hizo la diferencia que le permitió derrotar a los poderes instituidos. El extraordinario manejo de redes sociales, hablar como la gente y con la gente, entablar una conversación directa haciendo uso del recurso tecnológico, a diferencia de su rival, que desde el pedestal de la elite política norteamericana, discurseaba de ida pero sin vuelta, un totem intocable. 

Trump bombardeaba desde las redes, decía lo que muchos querían decir en sus casas, segmentaba el discurso y enunciaba cosas diferentes en una costa y en otra, le hablaba al elector de lo que deseaba escuchar.

Esta vez fue diferente. Los medios iniciaron una campaña de desprestigio de las empresas que manejan las redes sociales masivas. Argumentando que eran canales de fake news, de noticias no chequeadas (como si los medios chequeasen algo) y que desvirtuaban el escenario electoral, permitiendo que cualquiera dijese lo que quisiera. En realidad, los acusaban de explotar la esencia de su negocio: la libertad.

Pero la presión fue importante. Muy importante. Contamos hace unos párrafos la historia que difundió el New York Post sobre el hijo de Joe Biden y sus vínculos ucranianos. El diario decidió publicar la historia, basada en la evidencia de un correo electrónico, en la que se contaban los vínculos del hijo del candidato presidencial demócrata de los Estados Unidos Joe Biden, con una empresa ucraniana. Según el correo y el artículo, Hunter Biden habría presentado a su padre al ejecutivo Vadym Pozharskyi de una empresa gasífera de ese país con problemas con la Justicia. Todo indica que el actual candidato presidencial, cuando todavía era vicepresidente de Barak Obama, habría ayudado a esa empresa por intermediación de su hijo, a desplazar a un fiscal en Ucrania, que los investigaba.

No vale la pena explayarse más en la historia porque es un problema de los norteamericanos y su política. Lo que importa a nuestro fin, es que Facebook y Twitter decidieron censurar el artículo, evitar que el mismo circule por sus redes, porque la información es “dudosa”. “Quiero dejar claro que esta historia cumple las condiciones para ser verificada por los verificadores independientes de Facebook. Mientras tanto, reduciremos su distribución en nuestra plataforma”, escribió en Twitter sobre el artículo del New York Post el jefe de política de comunicaciones de Facebook, Andy Stone.

¿Quienes son esos verificadores “independientes”? ¿Cuando tardan en verificar una información de este volúmen? ¿Hasta donde pueden llegar las plataformas en esta idea de ponerse a verificar lo que los medios publican?

La base del poder de las plataformas es la libertad. Para todos los usuarios, también para los medios, especialmente en este caso, dado que son empresas profesionales en materia de información, que además se hacen responsables jurídicamente del contenido de lo que publican. ¿Con que autoridad las plataformas censuran un medio?

Toda empresa de comunicación lleva un delicado equilibrio entre los intereses empresarios y los comunicacionales, eso es claro. Muchas veces esos intereses se contraponen y hay que tomar una decisión, y en muchos casos el futuro y el prestigio del medio se juegan en ese intríngulis.
Es más delicado en el caso de las redes. Porque su prestigio no se basa en la calidad de la información difundida (o que se evita difundir) sino en la libertad para hacerlo. Si las plataformas toman partido por un gobierno, un espacio político, tan abiertamente como para censurar la publicación de un medio, tiende a autodestruirse.

El avance de la tecnología de las comunicaciones además, pone en peligro la subsistencia de estas redes, porque una empresa con suficiente creatividad y algunos fondos, puede crear una nueva red que compita y destrone a los hoy reyes de redes, Facebook y Twitter. La aparición de Tik Tok lo muestra.

En cuanto las personas, especialmente los jóvenes, encuentren restricciones a sus libertades en las redes tradicionales, se mudarán masivamente a otras, menos tradicionales. Los grandes, que son también potencias económicas, podrán intentar comprarlas, y seguramente en muchos casos lo logren, pero tal vez en otros casos no y allí se asomarán a su extinción.

Los medios de comunicación, confusos desde la aparición de las redes sociales, pugnan hace tiempo por el control de las que llaman “fake news” en estas plataformas. Es decir, buscan la manera de que la información no chequeada y dudosa sea eliminada o restringida. Probablemente temerosos de ser desplazados por las plataformas.

Pero se encaminan a caer en su propia trampa. ¿Que ocurriría si las plataformas, impulsadas por esa iniciativa de los medios, empiezan a ser jueces de la veracidad de lo publicado justamente en esos medios?. Es lo que ha ocurrido con el New York Post. ¿Que pasa si Google se sube a esa iniciativa?.

Hoy, la penetración de un medio esta relacionada directamente con su presencia digital. La mayoría de ellos cuenta apenas, con un 25% de lectores directos. El resto de su audiencia llega por la vía de buscadores (principalmente Google) y redes (principalmente Facebook y Twitter). ¿Y si las plataformas y buscadores deciden que las noticias de determinado medio son en su mayoría “fake news” y lo restringe sistemáticamente?

En este contexto la respuesta es simple: probablemente el medio pierda, al menos, la mitad de sus lectores, con ello la mitad de sus publicidades, por ende la mitad de sus periodistas o a los mejores de ellos, porque no les podrá pagar, y se transforme en un pasquín o cierre.

La presión de los medios para que las plataformas ejerzan controles similares a la censura sobre particulares, puede transformarse en una suerte de pacto suicida, si empresas de redes deciden empezar a censurar todo aquello que, quien sabe a criterio de quien, es “fake news”. Desde esa locura, pueden poner y sacar gobiernos y también abrir y cerrar medios.

El ejemplo del New York post es nefasto y gravísimo, fruto de un autoritarismo oportunista peligroso y probablemente originado en un cálculo de conveniencia electoral de los ejecutivos de las empresas que manejan las redes.

Los medios deberían cuidarse de sus propios deseos, porque pueden hacerse realidad. Las redes deberían cuidarse de perder la base de su prestigio que es la libertad, porque siempre pueden surgir otras redes.

Quiero ilustrar mi postura con un ejemplo. En determinadas ocasiones, hay individuos que han generado primicias informativas con exclusivo uso de las redes. Para citar solo un caso, el periodista Damián Patcher fue el primero en descubrir que el fiscal Alberto Nisman estaba muerto en su departamento de Puerto Madero. Patcher era periodista del Buenos Aires Herald, pero evaluó que si contactaba a su editor, y buscaba subir la noticia al medio a las dos de la mañana, seguramente hubiese perdido un par de horas para informar su sustancial primicia. Subió un tweet.

¿Que hubiese pasado si Twitter se lo hubiese impedido, si por el alto impacto del dato y la falta de confirmaciones oficiales que no llegaron hasta la mañana siguiente, hubiera decidido que la información de Patcher merecía ser analizada? ¿Analizada por quién? ¿Por los ejecutivos de Twitter?

¿Que pueden saber estas amables personas sobre chequeo de información? ¿Son periodistas? ¿Tienen fuentes?.

Desde el evento del Post, la cuestión se agravó notoriamente para Trump, cuyos tweets fueron sistemáticamente censurados. Teewter publicaba sobre ellos, un cartel donde se leía que la noticia podía ser falsa, y obligaba al usuario a tocar un botón adicional en caso de querer leerla de todos modos.

De esta manera estigmatizaba el mensaje antes de poder acceder a él, y luego agregaba una barrera tecnológica adicional. Otros, eran cubiertos por una leyenda que decía “Este es un mensaje de odio”. Censura pura y dura.

A todo esto, conviene aclarar que no es que todo lo expresado por Trump fuera falso y todo lo manifestado por Biden fuese real, o “verdad”. Probablemente el republicano sea más “petardista” su forma de expresar sus “verdades” resulte muy contundente, pero no estuvo Biden exento de decir “verdades” que solo lo eran para él y su grupo de seguidores. 

Para solo graficar un poco las cosas, el candidato Biden escribió que “Nunca he dicho que me oponga al fracking”. Sin embargo, En una entrevista con con Dana Bash de CNN, Joe Biden dijo que “no, lo haríamos, lo resolveríamos. Nos aseguraríamos de que se elimine y de que no haya más subsidios para ninguno de esos, tampoco cualquier combustible fósil”. Esto luego de que la periodista le preguntó que si durante su administración habría lugar para los combustibles fósiles, incluido el carbón y el fracking.

Por otro lado, Biden aseguró en las redes que “Trump ha causado que el déficit con China suba, no baje”. No obstante, el déficit comercial de bienes y servicios con China creció durante los primeros dos años de la presidencia de Trump, pero luego cayó a $ 308 mil millones en 2019, el más bajo desde 2013, según datos de la Oficina de Análisis Económico.

Aún así, nunca las redes censuraron a Biden. La presión del establishment, al que en definitiva pertenecen las empresas que administran las redes, generó la censura preventiva de las fake news y rumores, que generaba un solo candidato, pero no el otro.

Por otro lado, durante buena parte de la campaña, se difundieron rumores sobre la salud de uno y otro candidato. Sus avanzadas edades fueron un tema de debate para la sociedad estadounidense, y cada uno intentó llevar agua a su molino. Las maniobras de Trump tratando de ponerle a Biden el mote de anciano imposibilitado fueron obvias, como la publicación de una fotografía trucada del demócrata en una silla de ruedas en un asilo, o colocarle el apodo de “sleeping”.

Pero también hubo fuertes rumores sobre la salud de Trump. Ya llevaban los mismos un par de semanas en las redes sociales, cuando el portal del diario El Mundo de España, publicó un artículo titulado: “Crecen los rumores sobre el estado de salud de Trump tras un mitin en West Point”, y en la bajada podía leerse “El mandatario, que cumplió ayer 74 años, tuvo dificultades para bajar la rampa del estrado donde dio el discurso. También tuvo que emplear las dos manos para coger un vaso de agua”.

Si algún lector sigue la serie Los Simpsons, la descripción del periódico parece corresponder al Señor Burns.

El artículo que mencionamos es del 16 de junio de 2020. Trump siguió su campaña a todo vapor, con un fuerte rigor físico. Cuando el presidente se contagió Covid, la cosa estalló, los rumores sobre su salud e incluso sobre su supervivencia se multiplicaron, se llegó a hablar en los medios sobre  que ocurriría dado que los candidatos estaban oficializados, si Trump moría, y si entonces su candidato a vicepresidente debía ir en la boleta. Nada de todo eso fue censurado en las redes, ni por falta de confirmación de la información, ni por mensaje de odio.

* De "La Verdad Sobrevalorada", Editorial La Crujía, abril 2021, Buenos Aires, Argentina.