"Como actor, por mi manera de ser, nunca me he dejado estar, enfrento los problemas y trato de superarlos y en el cine ya hace tres años, cuando empecé a pensar en mi película, nunca fue fácil: todo es pelearla, no descansar en ningún momento... Creo que el único momento en que descanso es cuando duermo", confesó André en diálogo con Télam.



"Cada vez que me despierto me pongo la ropa de los problemas que tengo y trato de solucionarlos... Creo que hay películas que con lo que cuesta en todo sentido hacerlas, muchos productores y directores vencidos la dejan dormir y no quiero que suceda con mi película, y no va a suceder", dice convencido el actor-director nacido en San Bernardino.



En su película viaja hasta cuando él estaba a punto de ser un adolescente al promediar la década del 50, precisamente en su pueblo natal, en su etapa escolar y es, según sus propias palabras, un gran recuerdo de aquel capítulo, y en particular de su descubrimiento de la vida.



Andrés Pacuá Zaracho, tal es su verdadero nombre, comenzó su carrera actoral en la Argentina muy joven, a principios de la década del 60, como actor de televisión en ciclos memorables, de teatro, donde por ejemplo en 1970 acompañó a Mirtha Legrand en la pieza "40 kilates", de Barillet y Gredy, entre muchas otras, incluso de autores clásicos.



En la pantalla chica fue parte de los elencos de "El amor tiene cara de mujer" (1964), "Rolando Rivas, taxista" (1972), "Pobre diabla" (1973), la exitosa "Piel naranja" (1975), donde encarnó a Juan Manuel Alinari, "Rafaela" (1977), "Amor gitano" (1983), "Amo y señor" (1984) y en los últimos tiempos "Gerente de familia" (1993), "Abrázame muy fuerte" (2000) y "Valientes" (2009), entre otras.



En cine, trabajó en "Balada para un mochilero" (1971), "Un guapo del 900" (1971), "Argentino hasta la muerte" (1971), "Mi amigo Luis" (1972), para volver recién cuatro décadas más tarde con filmes como "La extranjera" (2008), de Fernando Díaz en un papel protagónico, y "El niño pez" (2009), de Lucía Puenzo.



André tiene un aspecto juvenil que sorprende, el que muchos de sus colegas nacidos igual que él en la década del 40, seguramente envidian: “La clave es dormir bien, comer mucha frita y verdura, poca carne y hacer ejercicios”, repite con una sonrisa y mirada igual de compradora y que emocionaba al público femenino cuando la televisión era en blanco y negro.



“Durante las seis semanas de rodaje recibí todo el apoyo de las autoridades paraguayas, porque quería filmar donde transcurrieron los hechos, aunque no se trate de un filme histórico, pero sí la historia de mi vida de cuando pasaba de los 11 a los 12 años, en la misma escuela, en las mismas calles, el mismo lago”, dijo.



“Fue difícil, porque aquel pueblo ya se convirtió en ciudad, creció y ya no hay caminos de tierra y gracias al intendente de San Bernardino cubrimos el asfalto con ripio, sacamos señalizaciones, desarmamos los signos que entonces no existían, aunque no podíamos derribar edificios, no obstante buscamos casas de época”, explica.



Explica que “en verdad siempre estuve detrás de la cámara, siempre miraba donde colocaba la cámara el director, siempre con mucho respeto, con más o menos preocupación depende del caso, nunca le decía qué hacer, pero sí le proponía algo que no era lo que estaba haciendo y algunos hasta me lo agradecían”.



“Hay un cine y un director que tengo muy presente y seguramente me influyó que es Federico Fellini, vi casi todas sus películas, las sigo viendo, pero también me gusta el cine alemán, Michael Haneke, los hermanos Dardenne, alguna que otra película iraní”, reconoce.



Insiste que “por eso es muy bueno que exista un canal como IncaaTV que pasa películas argentinas o europeas que uno a lo mejor nunca se enteró que se habían estrenado o pasaron, porque eso con las críticas que se le puedan hacer, permite al menos descubrir el esfuerzo de mucha gente”.



“Mi película es latinoamericana, con mucha influencia paraguaya, y el hecho de haber iniciado la escuela primaria en la Argentina y concluirla en Paraguay me marcó mucho. Decía Fellini que uno no es realmente consciente de cuánto hay de real o de fantasía cuando uno cuenta una historia”, dice al recordar una anécdota.



“En esos tiempos a San Bernardino nos llegaban cosas de la Fundación Eva Perón, leche en polvo, juguetes para nosotros, muñecas para las chicas, y cuando cuento esto alguien me dice que no lo recuerda, y pensé que era una fantasía mía, pero cuando volví a San Bernardino mi prima Victoria me confirmó que había sido así, y en la película aparece esa espera que teníamos de esos envíos...", señala.



"En mi casa no teníamos leche, tomábamos mate cocido negro... Mi película también tiene que ver con la Argentina”, afirma.



André, emocionado, reconoce que “Lo mejor es que al final lo que uno cuenta podría haber pasado en cualquier lugar del mundo y lo que quiero transmitir es que el personaje por más humilde que sea tiene que forjar su futuro, y a pesar de trabajar no debe dejar de estudiar, y la presencia de la escuela, la primaria y la secundaria, que se inauguró en aquellos años, dentro de la película es muy importante”.