La autora de la versión cinematográfica del musical "Mamma Mia!", de una puesta de la ópera "Macbeth", en la Royal Opera House y del telefilme "Gloriana", sobre la reina Isabel I de Inglaterra, debuta en su primer largometraje -para cine- argumental, también con Jim Broadbent, entre otros.

La idea de la guionista Abi Morgan, también autora de de la independiente "Shame", del ascendente Steve McQueen y "Brick Lane", sobre una joven de Bangladesh que viaja por matrimonio a Londres, era repasar la historia de Tathcher, desde el presente, a los 87 años, afectada por la enfermedad de Alzeihmer.

El personaje encuentra en Streep (y en Alejandra Roach, la actriz que la encarna hasta que alcanza la mayoría de edad) su más ajustada intérprete, incluso por su parecido físico, que solo forzó a la actriz a cubrir su rostro con un importante maquillaje cuando, en forma alternativa, aparece octogenaria.

Las primeras imágenes la muestran "perdida" en el Londres de hoy, y atrapada en una soledad desesperanzada, con medicaciones que la mantienen mínimamente a flote y una actividad limitada a comer y dormir que se confunde con sus propias pesadillas, en las que pasado y presente se yuxtaponen.

Personaje desagradable para el mundo progresista de la segunda mitad del siglo XX, Thatcher supo hacerse odiar, en la cámara baja, a finales de la década del 70, y como primera ministra, periodo en el que enfrentó no solo crisis como consecuencia de su política ultra conservadora sino, además, la Guerra de Malvinas.

Venta de bienes del Estado, enfrentamientos con los sindicatos y en general con cualquier reclamo, generando altísimo niveles de desocupación, caracterizaron esa etapa en la que el mundo descubrió una impresionante frialdad para las políticas recesivas y retrógradas e incluso un enfrentamiento bélico con la Argentina.

Lloyd echa mano a tres sucesos claves de su historia: ser una de las primeras mujeres en su tiempo y una de las pocas desde entonces, en asumir un rol en la política parlamentaria de su país reservado a los hombres, y hacerlo hasta las últimas consecuencias, como se verá durante su gestión.

El segundo tema, es mostrarla como poseedora de un conocimiento intuitivo para lograr empatía con el sector más mezquino de las clases medias y altas, y cómo su condición de mujer fue oportuna para los conservadores, a la hora de enfrentar a sus rivales y aplicar medidas recesivas.

El tercero es la Guerra de Malvinas, según ella "producto de un gobierno fascista en la Argentina", que le vino como anillo al dedo para poder tapar con su victoria la aguda crisis interna y, de paso, permitir a sus seguidores fanfarronear y así recuperar la fuerza perdida en el frente de batalla interno.

Frente a militares asustados que observan la maqueta del Atlántico Sur, preocupados por los misiles Exocet (que suponían los argentinos escondíamos en cantidad), las tácticas envolventes, la distancia y el frío de la zona, Thatcher toma el mando y, como escarmiento, ordena hundir el crucero General Belgrano.

La escena, si bien puede haber tenido algún parecido a la auténtica, recuerda aquel sketch de Alberto Olmedo en el que componía al General González, con una gran mesa-mapa, con naves en miniatura y banderitas, observada por el alto mando británico, todos absortos por un suceso que nunca imaginaron.

La escena ocurre inmediatamente después de que Alexander Haigh, el secretario de estado norteamericano enviado por Ronald Reagan, intenta convencerla de que esas islas "no valen una guerra", idea a la que Thatcher responde duramente diciendo: "No pensaban así cuando Japón bombardeó Hawaii en 1941".

El resto de la película no aclara casi nada más respecto a Thatcher y es seguro que el público inglés lúcido podrá resolver con más precisión cuáles son los hechos más salientes pasados por alto y por qué la película no es otra cosa que un resumen más ficcional que documental acerca de este personaje.

Y "La dama de hierro" termina así siendo muy parecida a "J. Edgar", una reducción a escala mínima del personaje histórico, con todas sus implicancias, esquemático, en el que su mitad "humana" hace peligroso -y cuestionable- equilibrio con la mitad "política".

Esa manera de reintrerpretar la historia hace "entendibles" y hasta "aceptables", las atrocidades cometidas, al límite de la redención, actitudes que el guión intenta justificar una y otra vez, a partir de pequeños detalles que terminan llevando la historia a un plano irreversible, léase el del olvido.

Para los argentinos, la figura de Thatcher tiene un significado en extremo particular porque es ella quien respondió a la recuperación de las islas, un lugar de decisión que, se sabe, incluía otras contundentes represalias que el filme no quiso o no se atrevió a incluir, y que hubiesen definido mejor al personaje.

Después de Malvinas, el filme se cae, sin tener en cuenta qué fue lo que ocurrió en los siete años siguientes, salvo el momento en que su propio partido la consideró disfuncional, descartable y reemplazable, idea que es apoyada por un guión que pasa a mostrarla más ocupada por nimiedades que por la alta política.

En los aspectos cinematográficos "La dama de hierro" (igual que "J. Edgar") es al género biográfico un producto "de manual", con rutinas ya muy transitadas por el cine y la TV (con más éxito), y esto evidencia que al cine industrial no solo le faltan historias originales sino, además, talento para contarlas sin caer en lo obvio.

En lo narrativo, el filme de Lloyd es convencional y no aporta nada nuevo ni al cine ni a su lenguaje visual, correcto sí, pero nada más que eso, porque incluso en los tramos finales la historia se apura a resolver el desenlace a una velocidad por demás acelerada.

Era previsible que Streep llegaría al máximo de interpretación que podía aportar al personaje, sujeto a un guión muy limitado, más atento y en todo caso revelador cuando le toca enfrentar a la juventud de Tathcher (bien interpretada por la debutante Roach), que en su etapa adulta, o anciana gracias a una máscara de látex.

La moda del "descompromiso" cómplice incluso con lo negativo, genera artistas "descomprometidos" con el tiempo que les tocó vivir (al revés del "Nixon" o "W", dedicada a George W. Bush, de Oliver Stone), una forma de sostener una supuesta independencia que -está claro a la hora de hablar de ciertos personajes- es hipócrita de sostener.

Frente a esta tendencia de guiones condescendientes con personajes que han significado retrocesos de todo tipo, persecuciones o crímenes políticos comprobados, es un acto de justicia reflexionar acerca de que ni la vejez ni la muerte pueden redimir a los responsables de esas decisiones.

Exponer a figuras como Margaret Thatcher -o a J. Edgar Hoover por citar otro personaje recientemente llevado a la pantalla grande- de esta forma contemplativa-ambigua puede resultar dañina para quienes apriori no tienen información precisa suficiente sobre ellos, y acaba licuando la ya muy licuada verdadera historia.