Habitualmente, los seleccionados campeones del mundo marcan la pauta de cómo se juega al fútbol en determinado momento histórico. Por supuesto, siempre hay muchas formas de encarar este deporte, pero, en general, y por épocas, se impone un determinado estilo.

No es común, tampoco, que ese estilo, que encuentra el éxito absoluto cuando lo pregona un campeón del mundo, surja durante el propio Mundial y ni siquiera tenga su origen en ese seleccionado en cuestión. Sino que, simplemente, por ejecutarlo de modo excelso en un torneo que ve absolutamente todo el mundo, queda mucho más consolidado.

Por el contrario, lejos de ser el origen del paradigma futbolístico del momento, el momento en que un equipo campeón del mundo lo consolida, puede identificarse como el inicio del ocaso del propio paradigma, que será imitado por muchos equipos hasta tornarse excesivamente repetitivo, momento en el cual, seguramente, se comience a gestar un nuevo estilo que empiece a imponerse.

Cabe aclarar, por último, antes de pasar a los ejemplos históricos, que no se trata de una copia, ni de un manual exacto, que un entrenador debe ejecutar de acuerdo a como se juega por esos tiempos, para llegar al triunfo. Sino que se trata de determinados patrones que, surgidos por separado y de manera original, comparten ciertas características con otros equipos exitosos.

Podríamos decir que esto es algo que sucede hace casi 50 años, pero analizar tanto tiempo de historia en el fútbol se hace muy difícil. Por eso, para ejemplificar, se tomará un arbitrario periodo de tiempo desde el Mundial de Sudáfrica 2010. Aquella Copa en la que se impuso España, marcó sin dudas el éxito de un estilo que la propia Roja pregonaba hacia un tiempo, con Luis Aragonés y con Vicente del Bosque luego, pero que tenía una innegable influencia del Barcelona de Pep Guardiola.

Es uno de los ejemplos más claros. Desde algunos años antes y hasta varios años después, ese era, con matices, el modelo de fútbol que más exitoso tenía: pelota al piso, largas posesiones, paciencia en la tenencia, preminencia de la técnica por sobre el físico y la velocidad de la pelota por sobre la del jugador.

Tan brillante fue lo de Guardiola y su Barca, considerado por muchos el mejor equipo de la historia, que el paradigma se impuso por más tiempo de lo habitual incluso, y su influencia llegó a casi todas las ligas y equipos del mundo: todos pretendían jugar así.

El 2014, en Brasil, cuando se impuso un gran equipo alemán, fue un periodo de transición. La influencia de la filosofía de Guardiola todavía era muy poderosa, pero él mismo ya había comenzado a mutar su estilo. Vaya casualidad, dirigía por entonces al Bayern Munich, principal proveedor de jugadores para la Selección de Alemania.

Aquel seleccionado mezclaba casi a la perfección algunos de los preceptos del Barcelona multicampeón con algunas ideas más históricas del fútbol alemán, como el ritmo y la resistencia desde lo físico para apuntalar la presión y los ataques un poco más directos una vez que se robaba la pelota.

El siguiente campeón del mundo terminó de completar la transición. El Francia del 2018 fue un equipo de enorme despliegue físico, con velocistas extraordinarios capaces de recorrer 70 metros en carrera furiosa sin sufrir una merma. Como se ha dicho anteriormente, los campeones del mundo son la consolidación de la idea, no el origen.

El origen de estilo podemos encontrarlo mucho tiempo antes, por ejemplo en el Bayern Munich que con Frank Ribery y Arjen Robben hacía un trabajo muy similar de recorrido, transición y explosión en los últimos metros como si no hubiese desgaste por el enorme terreno transitado. Algunas similitudes pueden encontrarse con la primera versión del Liverpool de Jurgen Klopp, la que el propio entrenador alemán calificaba de “heavy metal”.

Pero pasado el Mundial de Rusia algo empezó a cambiar y el estilo dominante volvió a mutar. Así como en algún momento se destacó la técnica por sobre el físico y luego fue al revés, desde mediados del 2019 y 2020 comenzaron a descubrirse equipos integrales, que mostraban dosis casi en iguales proporciones de velocidad y técnica.

Otro aspecto de esos equipos es que tendían casi al ideal del fútbol: el orden defensivo y el desorden absoluto, pero controlado, en ataque; la movilidad generada por los circuitos de pases acompañadas de una capacidad física que permitía el constante desplazamiento.

Lo ideal en el desorden ofensivo es que sea descontrolado, sin esquemas. Pero pretender que algo descontrolado se repita de manera periódica y recurrente, sistematizada para cada ataque, es irracional. Por eso a ese desorden hay que darle un impulso y un marco de contención para que se desarrolle.

Eso sólo podía tener éxito a partir de otro concepto que también se vincula con la integralidad: futbolistas cada vez más completos. Jugadores cada vez más dotados técnicamente, físicamente y hasta tácticamente, como para que ocupar cualquier rol, momentáneo o permanente en la cancha.

En Argentina, durante el Mundial, se pueden encontrar sobrados ejemplos de cada una de estas situaciones. El equipo nacional fue dinámico, veloz, impredecible, descontracturado y fresco. Resulta casi imposible circunscribir a los jugadores dirigidos por Lionel Scaloni a una zona específica de la cancha. ¿Por donde jugó Alexis Mac Allister, por ejemplo? Cada partido y hasta casi cada minuto de juego encontrará una respuesta diferente. 

El conjunto albiceleste hizo gala de la cuestión vinculada a saber ocupar cualquier puesto, cualquier rol aunque no sea en el que se especialice, para desarrollarlo tanto plenamente, durante 90 minutos, por ejemplo Enzo Fernández cumpliendo ocupando el lugar de volante central más retrasado, como también para hacerlo ante situaciones sumamente puntuales del juego. Para que se comprenda esto último: no es lo mismo que un volante ofensivo recupere una pelota en posición de lateral derecho y tome una decisión de juego propia de un volante ofensivo, a que pueda, por un instante, asumir el rol táctico y hasta técnico de un lateral y pueda, para que el equipo no sienta diferencia y la movilidad no se transforme en un problema, obrar como un lateral derecho de fábrica.

Hay muchos otros ejemplos puntuales, como el de Nicolás Otamendi, quien en partidos ante defensas cerradas tomó la pelota, condujo hasta mitad de la cancha y asistió, con el buen tino y el riesgo de pases que habitualmente toman mediocampista de creación y no defensores, o el recordado cierre de Paulo Dybala luego de una gran jugada de Kylian Mbappé en la final del Mundo, que evidencia, obviamente, compromiso y entrega, pero también pericia, para ocupar el lugar indicado en el momento justo y para despejar de tres dedos, para que sea lateral y no córner. 

Obviamente, la idea de que de un plantel de 26 jugadores, todos puedan jugar de todo es una utopía. Pero no por imposible debe dejar de intentar acercarse lo más posible a ese escenario perfecto y pocos equipos han estado más cerca de ese escenario perfecto que el argentino, al menos en los últimos 20 años.

Una vez, Argentina no fue el origen del estilo, que tiene similitudes con el desarrollado por el Atalanta de Gian Piero Gasperini tras la pandemia, el Chelsea de Thomas Tuchel o hasta el Bayern Munich de Hans-Dieter Flick. Simplemente, por el momento en que lo ejecutó y por la calidad del juego conseguido, fue el momento de la consolidación del paradigma. Al fútbol actual, se juega como lo jugó Argentina.