En el mundo de la política, en nuestro país, reinan los prejuicios. En general, hay determinadas categorías, para bien y para mal, de las cuales los dirigentes no puede salir para la opinión pública. Su perfil los encierra en determinadas casillas, independientemente de que su accionar los ubique, definitivamente en un lugar distinto.

Por ejemplo, cuando un dirigente representa a sectores medios o altos, pertenece a determinados partidos políticos con ideas un tanto más conservadoras y se desempeña mal en su cargo, rápidamente se lo tilda de incapaz, pero rara vez se duda de su honestidad. Por el contrario, cuando un líder político se identifica como peronista, se expresa de manera más llana o hasta vulgar y no cumple bien con sus funciones, inmediatamente se duda de su honestidad, pero no de su idoneidad.

Este último es el caso de Hugo Moyano. Su capacidad de gestión al frente de Independiente ha sido prácticamente nula y hay quienes aseguran que en su carrera política y hasta empresarial se ha desempeñado del mismo modo: mal, de manera absolutamente incompetente. Sin embargo, la opinión popular asocia esta incapacidad a manejos indecorosos y no a la mera inutilidad.

Es decir, no hay prueba alguna que indique que Moyano es el Ricardo Jaime o el Julio De Vido del deporte, pero hay muchísimo indicios de que es el Fernando De La Rúa de Independiente. Lento, fuera de época, perdido, lejos de la realidad, casi como en otra galaxia.

El líder camionero está muy lejos de sus mejores tiempos. Sus intervenciones en la vida diaria del club son esporádicas y eso es ya un indicio de una concepción antigua y acabada de gestión. La idea de que todo puede resolverse mañana, que nada tiene apuro y que una asociación civil, por ser tal, no requiere demasiada atención para subsistir, es tan anticuada como ingenua.

Durante su mandato ha hecho múltiples apariciones públicas, por ejemplo en presentaciones de jugadores o entrenadores, en las que cometió groseros errores gramaticales o hasta mostró un profundo desconocimiento de la persona a quien estaba dando la bienvenida. Gestos que, de tratarse de otra clase de dirigente, hubiesen sido motivo de burla eterna.

Sus declaraciones respecto al repudio de los hinchas son casi inverosímiles. Más de una vez, al ser consultado por periodistas sobre los cánticos en su contra, expresó cosas tales como “son cuatro gansos”, en un tono cansino y hasta casi desorientado, mientras un estadio entero lo insultaba. Incluso, se puso a vincular el asunto con cuestiones que nadie jamás le preguntó. ¿Que diferencia existe entre todos estos hechos y aquel recordado episodio en el cual el ex presidente radical se confundió la salida tras brindar una entrevista en Videomatch? Sólo el preconcepto.

Su nefasta gestión al frente de una de las instituciones deportivas más grandes del país son un llamado de atención a toda la sociedad. Un sonido punzante que invita a levantarse del cómodo colchón del prejuicio y traspolarlo a otros ámbitos e incluso a otros dirigentes. Tema de otra nota es la imagen del actual Presidente de la Nación, cuya imagen puede tener características semejantes. El preconcepto desvía la mirada del problema en cuestión.

Creer que alguien, por su manera de ser, expresarse o conducirse tiene mayor tendencia a fracasar en una gestión por motivos espurios que por simple falta de capacidad es un error tan frecuente como grave. Moyano, el De La Rúa del fútbol, es la muestra más perfecta de como el prejuicio juega un rol preponderante en el inconsciente colectivo.