Cuando se critica al VAR como herramienta, no necesariamente se echa por tierra la intervención de cualquier tipo de instrumento tecnológico para la impartición de justicia. Por supuesto habrá quienes pretendan al fútbol en su estadio totalmente anterior, sin ningún tipo de intervención extrahumana, con picardía, con errores, con fallos discutidos.

Esa postura es absolutamente válida, no gusta de la injusticia como muchas veces se acusa gratuitamente, pero no soluciona el problema ni intenta hacerlo: no hay una búsqueda de menor injusticia, sino un intento por reducir los medios para generarla abiertamente.

Del otro lado se encuentran quienes defienden a ultranza el VAR tal como está. Muchos apelan a una frase repetida de bajísima carga argumentativa: “No es la herramienta, son quienes la utilizan”. La misma retrasa el debate, lo demora y lo lleva al eterno laberinto de la obviedad. Es evidente que si la herramienta fuera perfectamente utilizada no habría debate, pero la cuestión está en que la misma tiene un defecto de fábrica: debe ser operada por seres humanos; más precisamente árbitros.

En primer lugar, el arbitraje atraviesa un momento nefasto a nivel mundial y esto no solo se ciñe al fútbol. El deporte evolucionó, los atletas llegaron a un altísimo punto de desarrollo y el referato jamás dio el salto ni físico ni técnico, está igual que hace 40 años.

En segundo lugar, al menos en Sudamérica, toda autoridad deportiva está bajo sospecha permanente de corrupción. Hay quienes pueden suponer que esto es excesivo, que no puede descreerse de todo, que puede haber errores pero no malicia, pero lo concreto es que la sospecha está absolutamente instalada.

El público no le cree a los dirigentes de las confederaciones, de las federaciones ni de los clubes. Desconfía de los colegios de árbitros, de las designaciones y de los jueces en sí mismos. Y no es que no haya motivos: la comisión tan reiterada y grosera de errores determinantes lleva necesariamente a la duda.

Los partidos se definen cada vez con más frecuencia por determinaciones incorrectas de algún miembro del cuerpo arbitral, sucede prácticamente en todas las instancias o fechas de todos los torneos de CONMEBOL y del fútbol argentino y en ese contexto es imposible pedir que haya un 100% de confianza del público.

Es por ese motivo que la herramienta debe ser repensada, porque le otorga a los más sospechados una potestad mayor sobre el deporte y el juego. La de buscar una aguja en un pajar o ignorar una vaca en un bidet, todo a placer. Un elemento que en las manos equivocadas puede generar una injusticia deportiva irreparable no puede ser puesta sin debate alguno, en manos del sector sobre el que más se desconfía en el deporte.

Aquí surge el punto medio en la discusión del uso de la tecnología o no en el fútbol. Debe usarse, sin dudas, pero no debe cederle ningún tipo de potestad de decisión al ojo humano. Existen múltiples herramientas tecnológicas que pueden tener una influencia positiva en la justicia del juego sin intervención de la opinión o el juicio humano y debe trabajarse en aquellas cuestiones que son objetivas y pueden determinarse de manera absoluta.

Existe en algunas ligas europeas un reloj que le avisa al árbitro principal si la pelota cruzó o no la línea de gol. El juez no ve la acción, no la analiza, sigue la instrucción de la tecnología. ¿Por que no trabajar en una herramienta que permita determinar cuando la pelota sale completa por cualquiera de las líneas que establecen un límite en la cancha? Se evitarían laterales o tiros de esquina injustos que podrían derivar en un gol, sin el más mínimo riesgo de una mala interpretación.

La tarea de los jueces de línea para determinar un fuera de lugar es prácticamente nula en las competencias en las que hay VAR. Por regla deben dejar terminar la jugada para que el árbitro principal reciba vía intercomunicador la decisión respecto al fuera de lugar. Ya no tienen una tarea en ese sentido. Su función debe ser automatizada: los fuera de lugar deben ser cobrados por la tecnología.

Una herramienta nueva que determine, sin la intervención humana, para que no suceda lo que pasó en Cerro Porteño – Fluminense, si un futbolista está adelantado o no, al menos en las jugadas en las que a diferencia de lo que sucedió en Atlético Mineiro – Boca, no se requiera interpretación alguna.

Seguir dando el debate de VAR sí o VAR no es jugar el juego de quienes tienen intereses en perpetuar la injusticia tal como está planteada, “porque no hay un escenario mejor”. Y si lo hay, hay varias herramientas tecnológicas que tienen funciones, ya sea para otros deportes o por fuera de los mismos, con funciones muy similares a las planteadas anteriormente y que podrían adaptarse perfectamente. Pujar por ellas es evitar caer en el autoritarismo del negocio.