El duelo jugado en Mendoza entre Godoy Cruz e Independiente reabre el debate sobre lo que es un buen partido de fútbol. El Rojo y el Tomba cometieron una parva interminable de errores muy groseros, pero convirtieron seis tantos y entretuvieron a todos los espectadores neutrales. Finalmente, fue 3 a 3 con dos tantos de Ezequiel Bullaude y uno de Martín Ojeda para el local y goles Carlos Benavídez, Rodrigo Márquez y Leandro Benegas para el visitante.

Los primeros 45 fueron parejos. El equipo de Eduardo Domínguez era levemente superior, aunque el planteo con tres volantes centrales, Domingo Blanco, Benavídez y Lucas Romero le quitaba volumen de juego. Además, en los individual acumuló una serie de nimias desconcentraciones y falta de desgaste que en conjunto provocaron una sensación de languidez.

De todas maneras, no pasaba sobresaltos. El conjunto mendocino no tenía demasiado la pelota y no había podido sorprender tampoco con ataques directos. Hasta que a los 19, el marcador central Guillermo Ortiz se animó a subir por izquierda y le puso un gran centro a Bullaude, que apareció sólo ante la mirada de los volantes de rojo y metió una volea genial contra el ángulo izquierdo.

Al equipo de Avellaneda le costó asumir la obligación en el partido y decayó, pero en el momento en el cual el rival ya había tenido dos contraataques claros para estirar la ventaja, uno con un tiro en el palo de Tomás Badaloni, empató el juego. Lucas Rodríguez tiró un centro desde la derecha, Sergio Barreto cabeceó, le rebotó a Leandro Fernández y Benavídez desde el piso la mandó a guardar. Todo en tablas para la parte final.

En el segundo tiempo, lo poco bueno que había mostrado el visitante en el primer tiempo se esfumó con los cambios realizados por su entrenador. Desde el punto de vista táctico, uno fue perfectamente entendible: la presencia de Domingo Blanco en el equipo era injustificable desde el arranque y en el entretiempo, tras unos 45 minutos iniciales malos, salió. El problema para el Rojo fue que su sustituto, Alan Soñora, no entró bien.

La otra modificación fue estratégicamente muy dañina. Leandro Fernández había tenido un mal primer tiempo, pero su salida anuló el ataque. Sin referencia, ni Roa ni Togni tocaron más la pelota y el Rey de Copas terminó un sinfín de ataques en centros a un hueco que nadie llenó.

El equipo de Diego Flores aprovechó ese bajón para volver a convertir. Nelson Acevedo capturó una pelota que volaba y le puso un pase genial a Bullaude entre Barreto y Álex Vigo y el volante mendocino aguantó le embestida de los defensores y definió bárbaro arriba.

Con el ingreso de Benegas, el equipo de Domínguez no mejoró, pero claramente tuvo otro peso, y rápidamente consiguió frutos. Roa le metió un buen paso al mendocino nacionalizado chileno, que no tuvo egoísmo de delantero y le puso un centro muy preciso a Márquez, que también había ingresado hace poco y cabeceó sólo por el segundo palo para igualar la historia.

Pero, otra vez, tras empatar el juego, Independiente bajó la intensidad y cometió una serie de errores casi inverosímiles. Lucas Romero, de flojísimo campeonato hasta ahora, le dio un pase malo a Márquez, y un compañero recuperó. Inmediatamente después, él mismo le dio otro pase exigido a Roa, que la perdió con sencillez de espaldas. Tras un envío en profundidad de Bullaude, Renzo Bacchia salió lejos innecesariamente, se tiró al piso y le cometió al uruguayo Salomón Rodríguez un penal del tamaño del Estadio Malvinas Argentinas. Ojeda, con jerarquía, lo cambió por gol. 

Cuando el golpe parecía de nocaut, el Diablo metió la cola, otra vez de pelota parada. Lucas Rodríguez ejecutó un buen centro, Benegas ejecutó un cabezazo de muy buena factura técnica y puso la pelota contra el palo izquierdo del arquero Juan Espínola.

Quedaban siete minutos más los cuatro que adicionó el árbitro Pablo Echavarría. Curiosamente, Independiente no volvió a repetir la fórmula aérea con el delantero que le había dado tan buenos resultados. Se dedicó a tenerla entre sus defensores y estuvo en reiteradas ocasiones en severo riesgo de perder la pelota y como consecuencia directa, el partido. 

Finalmente, la nada misma. El Tomba cedió pelota y terreno y el Rojo naufragó entre el desinterés por el triunfo y una fórmula obtusa contraria a lo que le había dado dividendos y muy arriesgada dado el terreno de juego en malas condiciones. El empate final fue justo.