Ángel Cabrera sigue triunfando a los 44 años porque, ante todo, tiene una fe ciega en su capacidad golfística. Cada vez que coloca una pelota en el tee del 1, mira al horizonte y cree que puede ganar. Y esta convicción tan firme va más allá de sus períodos irregulares en el PGA Tour, que fueron muchos y muy largos.

En el último Masters, en donde no superó el corte clasificatorio, el Pato juraba que no debía cambiar la forma de trabajar. Sabía que en algún momento revertiría los malos resultados. Pues bien: la coronación en The Greenbrier, en West Virginia, es el triunfo de la fe en sí mismo. La certeza de que si está bien físicamente puede lucirse en el mejor circuito del mundo gracias a su talento natural y su experiencia.

En diciembre pasado, Cabrera miraba 2014 de reojo y evaluaba seriamente la posibilidad de someterse a una operación el hombro izquierdo debido a las molestias. Se avecinaba un calendario vacío de actividad después del Masters. Era un panorama bastante sombrío, más teniendo en cuenta que por primera vez después de mucho tiempo debía salvar la tarjeta del PGA Tour.

Finalmente, no sólo desaparecieron esos pinchazos tan molestos, sino que ayer se dio el gusto de ganar en un campo que jugó por primera vez, éxito que le otorga múltiples beneficios para su carrera: logró una recompensa de 1.170.000 dólares; sumó 500 puntos para la FedEx Cup (subió del 158° al 54° lugar) y se garantizó la continuidad en el PGA Tour hasta 2016. Además, hoy pegará un gran salto en el ranking mundial desde la 90a posición.

Estos números representan un tesoro invalorable tras una sequía de cinco años sin triunfos en esta gira (Masters 2009) y un impulso clave con miras al Open Británico, que se jugará dentro de dos semanas en el Royal Liverpool de Hoylake. "Me hacía falta un triunfo así, lo necesitaba. Estoy contento por el seleccionado argentino en el Mundial, pero más por mí. Es un alivio", admitió el Pato, que además del trofeo se calzó una chaqueta verde parecida a la del Masters.

El golf argentino necesitaba de esta conquista, porque habían pasado cinco años sin consagraciones criollas en los dos circuitos más importantes, el PGA Tour y el Tour Europeo. Pero el Pato, que sigue siendo el máximo referente nacional en este deporte, se impuso en The Greenbrier con un total de 264 golpes (-16) y vueltas de 68-68-64 y 64.

"Fue muy importante el par en el hoyo 2 después de una mala salida. A partir de ahí se encaminó todo. Y desde el águila del 13, sabía que todo dependía de mí", explicó el hombre de Villa Allende, que conjugó una vez más esas dosis de valentía y sensibilidad para las grandes proezas.

Fue una definición distinta, porque el Pato tenía un desafío consigo mismo. Hacía un buen rato, George McNeill había sellado una increíble vuelta de 61 (-9), producto de 7 birdies y un hoyo en uno en el par 3 del hoyo 8. El norteamericano había fijado la vara con un total de -14 para el campeonato, ya que ningún otro jugador amenazaba con acercarse a la vanguardia. Cabrera sabía que el piso lo establecía McNeill, que el mismo domingo recibió la desgraciada noticia de la muerte de su hermana mayor, víctima de cáncer.

Cuando el cordobés logró ese águila en el par 4 del 13 desde 182 yardas, con un hierro 8, supo que el control estaba en sus manos, con un total de -17. "En ese hoyo le dije al caddie que tiraría fuerte a la derecha con draw y se metió".

Sin embargo, hubo una cuota de sufrimiento porque tropezó con dos bogeys en el 14 y 15. De todas formas, salió adelante con el birdie en el par 5 del 17 (quedó con -16) y en el hoyo final, un par 3, le alcanzaba con un bogey para ganar. No se complicó demasiado: acertó el green y rescató el par tras dos putts. Así, obtuvo su tercer título en el PGA Tour, el primero que no es de Grand Slam.

"No tenía regularidad, pero trabajé para recuperar el ritmo de antes. De ahora en adelante, es seguir para que vengan más cosas buenas como ésta", fue el deseo del Pato, el que siempre vuelve. El que conserva la vigencia intacta.