En la Revolución Francesa, en 1789, el nacionalismo comenzó a ser una certeza en Europa. Cayó en desgracia después de la Segunda Guerra Mundial, en 1945. La semilla de la Unión Europea (UE), germinada en los años cincuenta con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, resultó ser el mejor antídoto contra catástrofes de esa magnitud. El Brexit (la salida del Reino Unido del bloque) vigorizó ahora el instinto de defender el interés nacional. La avalancha de crisis ha recreado un fantasma y, como dijo presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, “las antiguas certezas están llegando a su fin”, así que “no nos hagamos ninguna ilusión”.