Faltan 17 horas para que se cumpla un mes de la masacre de Once. Los que quieren mirar para otro lado y olvidar pronto, le llaman accidente. Otros le dicen tragedia. Con más precisión creo que se trata de un siniestro ferroviario. Siniestro en toda la extensión de la palabra. No hay accidente si se puede evitar.

Los siniestros personajes y las redes mafiosas de empresarios y funcionarios de gobierno engendraron el desastre. Sin su complicidad, no hay tragedia ni masacre. Los familiares saben bien como se llama eso que les pasó. Porque les arrancaron la vida de un ser querido. Hay una poética del horror que se expresa en cartulinas y pancartas. Hay una frase bíblica que dice que “no te mueras nunca con tus muertos”.
 
Por eso se han convertido en la voz de sus muertos. En la exigencia de juicio, castigo, verdad y condena. Y en la lucha por la memoria y contra todo tipo de impunidad. Saben que la justicia es el primer derecho humano. Que sus muertos no quieren que se callen. Para que nunca más ocurra algo semejante. Para que nunca más 51 personas nos llenen de luto e indignación. El destino tiene un puñal que suele clavar en la espalda de los más desprotegidos. De los jóvenes en Cromañón y de los trabajadores en el tren Sarmiento. Las zapatillas y las mochilas como emblema. Esa plaza miserable miserere ya es un cementerio a cielo abierto. Hay dos santuarios que suman 245 muertos y que nos congelan la sangre.

Hay que abrir el corazón y escuchar sus desgarros. Hay historias que nos acribillan el alma. Todas son terribles.

El tren chocó contra la negligencia y la corrupción. Esos trenes son tumbas de metal, escupe una pared con su pintada. 51 corazones rotos, dice al lado. ¿Que se puede decir de Florencia, la más chica de las muertas? Tenía apenas 5 meses y 22 días y quedó sepultada entre personas, abrazada a Lucía su madre, casi como si la estuviera amamantando, difunta correa de las vías y los vagones. O la más grande de todas, María Scidone que cumplió 69 años antes de morir e iba al médico a hacerse un chequeo. Y el colega Miguel Vilcapoma, periodista recién recibido. Quería ser crítico musical desde que llegó desde Perú, su país. Hay otro drama que nadie cuenta. La víctima fatal numero 52. Tenía 6 meses de gestación y estaba en la panza de Nadia Lezcano, su madre. Ella tenía 33 años, y era abogada del consulado de Bolivia donde había nacido. Iba para hacerse la última ecografía. Y fue la última en el más salvaje de los sentidos.

O la familia de Tatiana Pontiroli que se niega a que sean asesinados nuevamente por la indiferencia. Maldito tren Sarmiento, maldito tratamiento de ganado que va rumbo al matadero. Malditos los que enceguecidos por sacarse las culpas de encima inventaron excusas irrespetuosas y provocativas que incluso pusieron las responsabilidades en las víctimas. Como si los muertos se hubieran robado los subsidios, como si los muertos viajaran en esas miserias sobre rieles porque les gusta, porque hacen turismo. Hay que ser hijo de puta para pensar eso. Hay que estar muy borracho de poder por no poder.
 
Por eso Zulma de Garbuio se pregunta todos los días quien es el animal que piensa que Carlitos su hijo tiene la culpa de su propia muerte. Zulma lo llora todos los días. Y nos hace llorar a todos cuando dice que Carlitos la sorprendía por la espalda, le hacía cosquillas en el cuello y le decía, “te quiero negrita”, juegos de madre e hijo hasta que la muerte los separe. Lo reconoció entre los cadáveres por la medallita celeste y blanca de Racing que tenía clavada en el pecho. Y se acordó de tantos goles y sufrimientos.

¿O acaso alguien cree que se suicidaron 51 personas en masa y eligieron todos tirarse arriba del tren? Y el mas conocido que fue Lucas porque fue el último en encontrarse. Es estremecedor que sus propios padres hayan tenido que buscarlo. Si Paolo y María Luján no se empecinaban en ver los videos,¿ cuanto tiempo hubieran tardado en encontrar esa madera noble, roble su corazón?. Es una película de terror que no tiene fin. Padres desesperados que buscan por todos los hospitales.
 
Y van al Ramos Mejía, al Rivadavia, al Argerich, al Piñeiro, al Pirovano, al Tornú, al Zubizarreta, al Posadas, al Velez Sarsfield, al Durand, al hospital Fernández, siempre con el corazón en la boca, agotados de tanto correr y finalmente lo encuentran en la morgue. Lucas tenía 20 años. Paz se llama su hijita y en paz no descansa. Falta justicia. Y encima lo quisieron hacer cargo al pibe de su propia muerte. El estado faltó a la cita. Ausente sin aviso. ¿Hay guachada más grande que esa para hacerle a un par de padres generosos y laburantes?

Todos somos sobrevivientes de la masacre del tren Sarmiento. Ellos solamente levantan las banderas del luto. Son hermanos del dolor. Rezan una plegaria a María Elena Walsh la diosa de la ética que desde el cielo les repite su oración a la justicia. Le ruega a la señora de los ojos vendados que está en los tribunales que baje de su pedestal que se quite la venda y mire. María Elena,

Lávanos de sangre y tinta/ resucita al inocente
y haz que los muertos/entierren el expediente.
A los justos humillados /no les robes la esperanza,
Dales la razón y llora/porque ya es hora.
Ya es hora, carajo.