Todos sabemos quién fue Sigmund Freud, pero quizás no es tan conocido el nombre de C.S. Lewis, el joven profesor que lo visita en su casa en Londres, invitado para discutir su primer libro, “El regreso del peregrino”. Contra la filosa inteligencia de Freud, su humor cáustico y su inveterado ateísmo, el título mismo de aquel libro invita a la sonrisa. Aunque es probable que el encuentro haya sido imaginario, lo cierto es que Lewis es autor, también, de “Las crónicas de Narnia”, y fue muy amigo, desde sus tiempos de Oxford, de J.D. Tolkien, autor a su vez de la trilogía “El señor de los anillos”.

Sobre este paisaje académicamente enriquecido, Freud discute con Lewis sobre la naturaleza de la fe y la existencia de Dios, mientras se burla de la epifanía que éste último experimentó en el sidecar de la motocicleta de su hermano, camino al zoológico. Fue en ese momento que Lewis, descreído y escéptico durante su adolescencia, sintió claramente la presencia de Cristo y la grandeza de Dios.

“Cristo era un lunático”, es lo menos que le dice Freud, quien entiende la religión como “una alucinación psicótica”. Y a propósito de la anécdota de Lewis, sólo dice “el sidecar de una motocicleta es un triste lugar para estar”. De principio a fin, la obra es una celebración de la inteligencia, un intercambio de réplicas brillantes, una discusión eterna y siempre joven sobre los grandes temas de la vida.

El autor de esta pieza es el estadounidense Mark St. Germain, prolífico y muy reconocido dramaturgo que proviene del mundo de la televisión. Fue guionista de telenovelas de la tarde y autor de una sitcom paradigmática como “El show de Cosby”. “La última sesión de Freud” es la más reciente de su obras.

La escenografía de Diego Siliano reproduce fielmente el consultorio de Freud en Londres, que a su vez reproduce fielmente su consultorio de Viena. Es el día en que el canciller Chamberlain declara la guerra a la Alemania nazi, pero Freud tiene una batalla personal más perentoria, la prótesis que lleva en la boca, muy dolorosa y cruenta, que le permite hablar a pesar de su cáncer avanzado.
Daniel Veronese –también adaptador de la pieza- dirige con maestría una puesta donde aparecen muchos otros personajes: Ana, la hija de Freud, la señora Moore, sugestiva mamá de un amigo de Lewis, el mismísimo Tolkien y hasta el Canciller de Gran Bretaña. Luis Machín se ve cómodo y feliz como Lewis, pero Jorge Suárez en el papel de Freud ofrece una actuación deslumbrante. Su ira, su humor, sus intensos silencios: conmueve de tal manera que en los momentos de dolor, muchos y muy fuertes, el espectador padece con él. De nada vale recordar que estamos en el teatro: el espectador padece igual. Hace mucho tiempo que Suárez da muestras de su enorme talento; esta obra le da un protagonismo completamente consagratorio.

“La última sesión de Freud” puede verse en el Multiteatro, Corrientes 1283.