Palabras como oración, salmos, liturgias, invocaciones, milagro, etc. parecen no tener nada que ver con: comida, dinero, trabajo, sexo, amigo, perro, casa…

¿Qué sucede si unimos oración con sexo? ¿Mendigar con paro? ¿Gurú con Comida?, ¿hijos con escuela?… ¿Meditación con miedo?, ¿policía, manifestación… inmigración?

¿Se puede ser espiritual y pagar menos sueldo de lo correcto, eticamente hablando, a un trabajador de tu empresa?
¿Se puede pertenecer a un tipo determinado de grupo religioso, acudir a la iglesia los domingos –en el caso de los católicos- y engañar a tu pareja, tener un amante? ¿Celebrar la primera comunión de tu hija, sin que siquiera escuches el sermón, preocupado por el festejo social y los invitados?

Tomo a Isabel Allende, escritora chilena, que ahora vive en los Estados Unidos, como relato de la experiencia que cuenta en su libro “Paula”. Podemos constatar lo que es la pluralidad del cotidiano, o más exactamente la pluralidad de los “estados de alma”.

Ella está ante la cama de su hija gravemente enferma. Por un momento, la escribe para contarle lo que ha sucedido durante su largo sueño. Ella se convierte en su espiritualidad, es decir se convierte en la “cosa”, el elemento de la existencia que la ayuda a soportar el dolor, el sinsentido del momento. Se aferra a la escritura como quien se agarra a un árbol para no caer. Después Isabel, sin ninguna referencia a una religión institucionalizada, abre las puertas a las religiosas, sacerdotes, adivinos y magos, a fin de que hagan “cualquier cosa” que pueda salvar la vida de su hija. Ella busca una cuerda del cielo, de la tierra, de donde sea. Ante la desesperación, incluso la ortodoxia de no tener religión, cede el lugar a otro tipo de experiencias. Ahora se trata de esta vida ante mí, y por ella yo empleo todos los medios posibles para salvarla. Es también mi vida la que está en juego. Ya no soporto el sufrimiento, la pérdida, el dolor de la muerte. He aquí la lógica espiritual de Isabel.

Llega lo inevitable. Su hija Paula “entrega el alma”, se duerme, se aquieta en un sueño sin fin. Isabel vio algo especial. Isabel vio esta especie de connivencia silenciosa con el misterio de la vida y de la muerte, más allá de las palabras, más allá de las grandes explicaciones. Ella acoge a Paula “espíritu”, ahora de manera diferente, sin desesperación, en la aceptación de la vida.
Escuchar la palabra de Dios, escuchar la vida.