Hasta el 29 de julio del año 2010, Carolina Píparo e Ignacio tenían un matrimonio común, como la inmensa mayoría. Se rompían la espalda trabajando, se amaban, visitaban a sus padres, comían un asadito, veían el partido en la tele y soñaban dos de los sueños que todo el mundo sueña: tener un hijo para convertirse en una familia y comprarse su primera casita. Insisto, nada del otro mundo. No planeaban llegar al poder ni se presidentes ni tener mansiones con bóvedas o cajas fuertes. Solo querían vivir en paz y con amor de su trabajo y construir su descendencia. ¿Quién puede oponerse a eso? ¿Quién es capaz de destruir esa utopía vecinal y cotidiana?

Sin embargo aquel maldito día todo explotó por los aires. Carolina salió del banco con Ema, su madre y su panza de nueve meses. En 72 horas iba a nacer Isidro, su primer hijo. Habían retirado todo lo que tenían en su cuenta para comprar la primera casa de su vida. Eran 10 mil dólares y 13 mil pesos. El esfuerzo de tantos años. El resultado de ahorrar en cada compra, de cuidar los gastos y de vivir con lo justo para poder tener su lugar en el mundo y darle su lugar en el mundo al ser mas amado que estaba a punto de nacer.

Pero cuando bajaron en la puerta de su casa un delincuente la agarró del pelo a Carolina y le gritó: “Dame toda la plata que sacaste del banco, hija de puta”. No le dieron tiempo ni a reaccionar. Carolina alcanzó a decirle que se llevaran todo, que no le hicieran nada, que estaba embarazada. Era una mujer, indefensa, menudita, entregada. Pero el salvaje asesino le metió un balazo a quemarropa sin ningún motivo. De puro criminal nomás. El disparo le ingresó por el mentón y se incrustó en los pulmones de Carolina. Era un proyectil de punta hueca, de los que hacen mas daño. En ese instante, todo cambió. Su vida de amor se transformó en un calvario de horror. Estuvo 45 días en terapia intensiva peleando por su vida y finalmente pudo salir. El que no salió fue Isidro. ¿Se acuerda la conmoción que se generó en la Argentina? Todos hicimos fuerza para que Isidro se salvara. Hubo que hacer una cesárea de emergencia y el bebito quedó en atención permanente. Todos nos convertimos en padres de Isidro y rezamos para que pudiera vivir. Pero el chiquito solo aguantó una semana. ¿Cómo decirle a Carolina que esos asesinos le habían quitado todo? Que le habían arrebatado todos sus sueños a los tiros. Que su vida ya no sería la misma. Los muy criminales condenaron a Isidro a la pena de muerte, a su madre, Carolina a la cadena de horror perpetuo y dinamitaron la vida de su familia que soñaba nada más y nada menos que ser eso, una familia.

Carolina hoy es una madre coraje que nunca dejó de mirar a los ojos a los responsables de su drama en cada audiencia en tribunales. Es la que puso el cuerpo siempre. Primero durante el ataque y después, durante el juicio. Hoy es una madre del dolor, como tantas. Se hizo justicia y cinco de los que participaron fueron condenados a prisión perpetua.

De todos modos, Carolina fue sabia para resumir sus sentimientos: “Ninguna sentencia cierra la herida ni soluciona la ausencia de Isidro. “Esas bestias no tienen perdón de Dios”, dijo una vecina en su lenguaje nada técnico. ¿Quién repara el agujero negro que dejaron en el alma de Carolina? ¿Quién se hace cargo de una inseguridad galopante que los funcionarios niegan o tratan de ocultar? ¿Hasta cuando van a mantener esa inacción cómplice frente a la droga que se metió en el delito y lo hizo mas cruel y feroz? ¿Quién se atreve a repetir esa infamia de que se trata de una sensación? Tal vez por eso, su marido dijo que les hubiera gustado recibir un llamado de la presidenta de la Nación y que la provincia, por lo menos dio la cara. La lucidez valiente de Carolina la llevó a una conclusión que nos estremece y golpea nuestros corazones:“ Siento que esto puede volver a pasar”.

Eso dijo. ¿Alguien duda de que esto, puede volver a pasar? Y agregó que “delinquir es muy barato en Argentina”. Eso dijo. Y que la falta de garantías es para las víctimas. ¿Alguien duda de que los gobernantes tienen que hacerse cargo de una vez por todas y para siempre de garantizar la vida en paz y en familia? Diana Cohen Agrest, a la que también le mataron un hijo, en el epílogo de su libro titulado “Ausencia perpetua” lo dice con claridad: “Esta historia no es sólo mía. Porque en nuestro territorio arrasado, convivimos cientos de miles de enlutados que lloramos a los miles de nombres silenciados, condenados a una ausencia perpetua. Mancillados por manos asesinas y por sentencias impunes que, valiéndose de las trampas de la (in)Justicia, desconocen el valor de la dignidad humana.”

Lo dice Diana, lo dice Carolina, lo decimos todos. Basta de condenar al pueblo al horror perpetuo.