No me alegra la muerte de nadie. Pero creo que la muerte no hace mas bueno a quien en vida fue un genocida. Me refiero a Antonio Domingo Bussi conocido como “El Mussolini tucumano” que ya estaba condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad. En la primera persona que pensé cuando se confirmó la muerte del ex general dinosaurio fue en Mercedes Sosa.

Ella nunca pisó la provincia mientras el torturador detentó el poder que en 8 ocasiones se lo dio el voto de una parte importante de los tucumanos. Esto también hay que decirlo para que se sepa la verdad histórica completa. Mercedes siempre le agradeció a la vida que le dio tanto y le permitió distinguir dichas de quebrantos a través de la risa y el llanto. Bussi fue todo un símbolo. No dejó delito aberrante por cometer. Se formó en la guerra contrarrevolucionaria en Estados Unidos y en Vietnam.

Durante su reinado de señor feudal desaparecieron 700 tucumanos en 40 campos de concentración y exterminio. Como si esto fuera poco, se enriqueció ilícitamente hasta el punto de tener 18 propiedades y 22 cuentas bancarias, 8 en el exterior, en Suiza, Estados Unidos y otros países y 14 en la Argentina lo que confirma su nacionalismo a plazo fijo con una alta tasa de interés anual. Un diputado calculó que el general retirado (ahora también de la vida) debería haber hecho 26 carreras militares para juntar todo el patrimonio que juntó. Hasta en los temas financieros ejerció la mentira y el engaño.

Muchos lo consideran el dictador de los dictadores. El peor de todos, el más sanguinario. Le doy tres ejemplos.

El ex gendarme Domingo Perez contó como el “corajudo” Bussi castigó durante 40 minutos con un garrote a dos “cobardes” subversivos atados de pies y manos con los ojos vendados, hasta que finalmente los mató. El golpista en jefe los mató a golpes. Después se cuadró. Juntó marcialmente los tacos de sus botas y como gran acto de servicio pidió con voz de mando que hicieran desaparecer los cadáveres de esos “peligrosos” guerrilleros. Muchas veces ejercía justicia por pistola 45 propia y les pegaba un tiro en la nuca y luego prendía fuego a esos muertos.

Segundo ejemplo. Julio Alsogaray contó como el “valiente” Bussi le mostró a su madre una foto del cadáver desgarrado por las bayonetas de su hijo Juan Carlos Alsogaray, integrante de Montoneros y primo de María Julia. Otra vez el grito del general demostró de que tipo de basura estaba hecho y le dijo:

- Señora, no le voy a permitir que llore en mi presencia. Porque usted ha perdido un hijo y yo todos los días pierdo hijos en esta guerra.
Y el último de los hechos que colocan a Bussi en el podio de la indignidad se produjo durante la visita a Tucumán de Jorge Rafael Videla, el comandante en jefe de los terroristas de estado. Bussi quiso recibirlo con la ciudad reluciente y mandó a limpiar las calles de ciegos, mutilados y mendigos.

Los cargó en camiones del ejército y los abandonó a la buena de Dios, en la hostilidad del desierto catamarqueño. Esto lo reconstruyó con lujo de detalles en un gran libro el periodista Pablo Calvo. Y además fue el motivo por el que el asesino serial le inició un juicio a Tomás Eloy Martínez, uno de los más grandes periodistas de nuestra historia. Tomás lo había calificado de tiranuelo y de feroz exterminador de disidentes. Dos verdades grandes como la casa de Tucuman.

Así era Bussi. Se creía una deidad por encima de los humanos. Y efectivamente fue un inhumano. Por sus frutos envenenados lo conocimos. No se le conoció una sola palabra de mínimo arrepentimiento. Demostró la cobardía de un hombre de gesto alucinado y pensamiento mesiánico que hasta hace unas horas era un despojo de piel y hueso de 85 años. ¿La muerte lo habrá castigado prolongando su vida? Es que ningún cerebro podía aguantar tanta crueldad y en los últimos años, el degradado reo no pudo controlar ni su pensamiento.
 
Pasaba como un espectro, con su cara rodeada de los cables de la asistencia respiratoria y su mirada criminal inconmovible. Será enterrado en Pilar.