Es urgente y necesario encender una luz de alerta roja en el tablero político. Recién comenzó la campaña electoral y ya aparecieron las patotas violentas. La guerra de ladrillazos con la que atacaron a Sergio Massa y su caravana fue grave pero pudo ser mucho peor. Hubo tres heridos que terminaron en el Hospital Fiorito.

Uno de ellos es pariente de don Oscar Alende y le tuvieron que coser con cinco puntos una herida que le produjeron en su cabeza. Pero a Sergio Massa le tiraron a quemarropas con una honda que contenía una tuerca y le pegaron en el pecho, cerquita del cuello. ¿Qué hubiera pasado si le pegaban en un ojo o en la cabeza?

El grito de guerra era “La Matanza es de Cristina y de Espinoza”. La matanza hubiera sido una palabra letal, en sus dos acepciones, con mayúscula y minúscula. Porque pudo haber sido una matanza. Marcelo Veneranda, periodista del diario La Nación vio como uno de los energúmenos que atacaba hacía exhibición de una pistola. ¿Para que llevó un arma? ¿Estaban dispuestos a disparar? ¿A quien? Preguntas inquietantes que hacen correr frío por la espalda de la democracia. Los agresores eran grupos bien organizados que parecían un grupo comando a cargo de un tal Daniel Campana, puntero del kirchnerismo en uno de los barrios.

Algunos estaban encapuchados, otros tenían la camiseta de Almirante Brown y todos parecían lumpenes y marginales al servicio del mejor postor. Delincuentes y mercenarios que pueden robar o matar en una barra brava o en la política. Depende de quien les pague. Ojo porque esa es una de las grandes corrientes que generan la inseguridad. Son delincuentes que cuando no están en la cancha o apretando gente, venden droga o asaltan a los vecinos. Y actuaron con una libertad inexplicable. No había un solo policía de la bonaerense que ahora depende de Alejandro Granados. No había un solo gendarme de los que responden a Sergio Berni.

No estaban ni los boys scouts de Rafael Correa. Zona liberada y ladrillazos para todos y todas. El ataque mas feroz fue sobre la calle Espinosa, casi una señal que se llame igual que el intendente matancero. Por ahora Cristina no abrió la boca para solidarizarse con Massa. Por ahora Daniel Scioli condenó la violencia pero nadie mas con poder real en el kirchnerismo desautorizó la incitación a la violencia generada por Luis D ‘Elía con sus tuits.

Con sus 140 caracteres celebró la batalla campal con la excusa de que fue el pueblo que peleó en las calles para que no volvieran los noventa. Y puso las culpas sobre las víctimas diciendo que fueron a provocar. ¿Cuántos votos mas pensará sacarle D’Elía a Cristina en La Matanza? El 11 de agosto, Sergio Massa sacó el 31% en ese distrito y tres millones de votos en toda la provincia. Eso es lo que puso nerviosos a los caudillos del Conurbano que no quieren perder sus cargos ni sus privilegios. Muchos quieren seguir robando para la corona y para ellos.

No hay que minimizar el episodio. Es preocupante por varios motivos. Primero porque la violencia siempre envenena la política y es un incendio que se sabe como empieza pero no como termina. Segundo porque hay dirigentes del cristinismo que apoyaron públicamente la agresión y los ladrillazos. Y tercero porque si a alguien conocido como Massa que estaba rodeado de móviles de televisión y foto periodistas le pasa algo así, usted se puede imaginar lo que le puede ocurrir a cualquier hijo de vecino que se anime a recorrer esas calles. Eso es inseguridad y violencia en un cóctel explosivo.

Eso es jugar con fuego. Porque se generan condiciones para el ojo por ojo y diente por diente. Una caravana política solo reparte ideas, volantes de propaganda y carteles. Se puede estar de acuerdo o no con esas propuestas. Pero no se puede permitir que sean recibidos con furia y la violación de las reglas básicas de la democracia.

Que nadie se confunda. Ese atropello patotero no fue contra Sergio Massa. Fue contra todos los argentinos que queremos vivir en paz y expresarnos con libertad. Todos tenemos derecho a pensar, opinar y votar a quien se nos cante. Nadie tiene derecho a ensuciar algo tan sagrado. Nadie tiene derecho a utilizar la violencia como instrumento de la política ni a emboscar al adversario. Y mucho menos en este país donde hubo tanta sangre derramada.