Jacinda Ardern tiene 40 años, asumió como primer ministro de Nueva Zelanda con 37 años, durante su gestión fue madre y lidera el país que ha tenido más éxito en el control de la pandemia de Coronavirus que asuela al mundo y en especial a los países occidentales.

Es cierto que ciertas características geográficas ayudan a que la propagación sea mas controlable: su país es una isla con lo que puede controlar con mayor eficiencia los ingresos y egresos, y su población es reducida en comparación con su territorio. Pero Reino Unido también es un estado insular y no ha estado ajeno a grandes problemas.

Los neocelandeses y especialmente su primera ministra, adjudican buena parte de su éxito a la estrategia comunicacional. Que por cierto no fue, como en otras latitudes “intuitiva”, o personal, basada en lo que el líder quiere decir a cada momento, mucho menos contradictoria, como hemos podido observar. No existen anuncios que contradigan otros de hace 48 horas sino una estrategia profesional y definida.

La forma en que se presenta y transmite la información no es una acción de gobierno para descuidar, cualquiera sea el camino sanitario que se quiera seguir (eliminación del virus, control o inmunidad colectiva, aislamiento) la eficiencia solamente se alcanzará si la sociedad entiende el mensaje y es empático con él.

En el mes de marzo, cuando se multiplicaban los contagios Nueva Zelanda decidió que debía eliminar la transmisión comunitaria de modo urgente y definió un cierre total, pero para tener éxito, debía contar con el apoyo social. Los neozelandeses, como todos los países avanzados, valoran su libertad y pueden ser “bastante individualistas”, dicen las propias autoridades.

Así fue que Ardern, decidió contratar a la consultora Clemenger que tenía antecedentes alentadores en la búsqueda de cambios en la cultura social, sus anuncios espectacular y llamativos para el ministerio de Transporte para combatir la conducción de rodados bajo efectos del alcohol se transformaron en el lenguaje cotidiano de “la calle” en Nueva Zelanda.

El mensaje diseñado por profesionales, buscó mostrar autoridad y flexibilidad a la vez, funcionar en vía pública y en redes sociales al mismo tiempo, y tenía que aludir al problema de la mortalidad por Covid.

La decisión creativa fue no centrarse en el virus en sí. Ese enero, la visualización de la partícula del virus sino hacer que la gente imagine la amenaza con colores elegidos para crear una “sensación de alarma”.

El gobierno de Nueva Zelanda se centró en el impacto en la vida diaria de las personas y las medidas que podrían tomar para protegerse entre sí, un mensaje “muy humano”, pedían desde el gobierno. “Unanse contra el Covid-19” fue el slogan.

Desde el 18 de marzo, los anuncios que apuntaban al sitio web Unite Against Covid-19 , se transformó en la “única fuente de la verdad” del gobierno para obtener información sobre la pandemia, desbordaron la radio, la televisión y los medios digitales. En sus primeros tres meses, el sitio web recibió 700 millones de visitas.

La marca Unite fue diseñada no como una orden o una prohibición del gobierno, sino como a un llamado a participar, una búsqueda del espíritu de equipo, no del miedo; para unir a los neozelandeses y animarlos a actuar.

Eso se extendió a los colores del logo y que fueron luego los colores de todos: franjas amarillas y blancas, que se adoptaron rápidamente como símbolo unificador de la respuesta nacional. Una sombra se eligió para llamar la atención sin provocar alarma; mientras un sonido de alerta sonaba antes de cada transmisión oficial, pero sin “subir la temperatura nacional”, decía el equipo de Ardern.

El mensaje fue recibido de forma abrumadoramente positiva, se entendía como “lo que se debe hacer” en lugar de una orden de “no hacer”, y quedaban claras las razones.

Un mensaje profesional, adecuado, sincero e inteligente, también combate al coronavirus. Uno confuso, contradictorio, impositivo o prohibitivo, genera rechazo y crisis social. Sería bueno aprender un poco