Lo que sucede en Boca es un claro reflejo. Si bien la carga del pasado reciente pueden condicionar aún más las inseguridades del Xeneize, dado que no le ha ido bien en los últimos duelos mano a mano con River, hay cuestiones que se vinculan puramente al presente endeble.

El equipo de Miguel Ángel Russo no ha podido encontrar nunca regularidad y eso se ve reflejado en el armado del equipo y en el clima interno. Los medios de comunicación en muchos casos contribuyen a enaltecer hasta la estratosfera al equipo ante un par de buenos rendimientos y a condenarlo ante un mal resultado, pero principalmente reflejan una situación que se da de un modo similar puertas para adentro.

Durante un breve lapso, como ha sucedido tantas veces en el último tiempo, todo cuajó. La apuesta dirigencial por el crecimiento de los juveniles se vio reflejada en cancha con la presencia de Cristian Medina, Alan Varela y Agustín Almendra en el equipo titular.

Con esos chicos a cargo del manejo del equipo, Boca consiguió buenos resultados, y lo que es más importante: rendimientos colectivos altos, de los mejores desde algún pasaje de la era de Guillermo Barros Schelotto. Lógicamente, en una mirada a largo plazo, nadie puede creer que los rendimientos son más importantes que los resultados.

La idea o la forma que lleva a un rendimiento colectivo de alto nivel es simplemente el método más lógico de llegar a la consecución sostenida y regular de buenos resultados. De otro modo, como un conjunto de individualidades de tremendo peso específico, el Xeneize seguirá cayendo en lo mismo: irregularidad dependiente del nivel puntual, partido a partido, de cada uno de sus jugadores.

Por eso sorprenden las dudas, los repentinos cambios: las inseguridades. Boca, con el mediocampo de juveniles, jugó casi siempre bien. Llega al clásico con tres derrotas consecutivas, es cierto, pero es parte de la vorágine resultadista interna el cuestionarse el bloque de futbolistas que mejores resultados le dio, por tres caídas en las cuales, sólo en una jugaron los tres juntos. Ante Barcelona de Guayaquil tan solo Alan Varela fue titular.

Además, en ataque no estuvo Carlos Tévez, pieza esencial para que el trinomio funcione. Con un delantero de área como Franco Soldano sin capacidad de asociación para generar juego, es lógico que el equipo pueda quedar partido.

Frente a Patronato, en la segunda derrota, no jugó ninguno de los tres. Y, frente a Santos, en Brasil, si jugaron y de hecho, durante el primer tiempo lo hicieron en muy buen nivel. Se plantaron en campo rival, manejaron la pelota y sólo sufrieron en una jugada puntual que finalizó con un gol de otro partido. En el segundo tiempo, sí, el nivel fue bajo. Pero sería absurdo condenar a cualquier equipo por un tiempo mal jugado en Brasil ante un buen rival por Copa Libertadores.

Sin embargo, las inseguridades del pasado y del presente llevan a eso. A poner en duda lo que en algún momento se exhibieron como convicciones firmes. A pensar en romper la línea de volantes para agregar un defensor, como Marcos Rojo, por el peso de su historia y no por su rendimiento actual.

O, incluso, a analizar romper la dupla central que más resultados le ha dado al club en los últimos años para apostar porque aparezca la jerarquía que claramente existe, pero que difícilmente surja de manera espontánea en un partido de tanta dificultad, sin haber aparecido antes.

Del lado de River la cuestión puede ser un poco diferente, pero solamente por el pasado y por el peso de quien está en el banco de los suplentes: Marcelo Gallardo. Pero también hay inseguridades.

El Millonario llega al Superclásico en uno de sus momentos más endebles. Quizás, solo por detrás de cómo llegó a la final de la Supercopa Argentina jugada en Mendoza, unos meses antes del duelo en Madrid.

Después de aquel choque que el equipo de Núñez ganó, su entrenador declaró que el hecho de jugar mal los meses previos había sido una estrategia. No tiene sentido analizar el por qué de esas declaraciones, pero sí el contenido concreto: River jugaba mal. Y tampoco está del todo firme ahora.

Que quede claro, no existe una pretensión en estas líneas de comparar uno de los procesos más exitosos de la historia del Millonario y del fútbol argentino con este Boca. Ni siquiera en este momento: más allá de lo que pueda pasar en este partido puntual, todavía el Xeneize no está como para subirse al ring contra River, al menos no de manera permanente.

Pero sí, existe una similitud. Ambos tienen dudas en la conformación del equipo, tanto en nombres como esquema. Y lo que en otros tiempos pudo ser una virtud, como el hecho de manejar varias alternativas de juego distintas, o el poder guardarse un as bajo la manga para sorprender el día del partido, hoy asoma como una indeterminación lógica por los rendimientos.

Durante este año al equipo de Gallardo le ha costado jugar bien. La inclusión de muchos futbolistas nuevos, varios de los cuales han tenido buenos partidos pero no han conseguido más que en algún puñado de minutos elevar el nivel general del equipo, lo ha llevado a variar mucho para tratar de encontrar el rumbo.

En otros tiempos, la apuesta por la línea de cinco defensores tendía a darle mayor libertad a los laterales para que pasen al ataque con tranquilidad. Hoy, esa propuesta ya no es sorpresiva y parece más una apuesta por lograr cierta solidez defensiva, que tampoco ha conseguido, con tres marcadores centrales.

En el resto del equipo hay algunos puestos fijos, pero varios otros sin dueño. Incuestionablemente, Enzo Pérez es el volante central y en algún lugar del mediocampo aparece Nicolás De La Cruz. Pero el otro lugar, que en algunos partidos existió y en otros no, no está claro. Agustín Palavecino tiene destellos de enorme jugador pero también una fuerte intermitencia.

Y, si de intermitencia se habla, el otro nombre que aparece para ocupar ese puesto es prácticamente el dueño del vocablo. Jorge Carrascal juega sus partidos. A veces son beneficiosos para el equipo y a veces no, pero, por ese motivo no termina de ser confiable.

En ataque hay dos puestos fijos por jerarquía, aunque su nivel actual puede dejar dudas. Matías Suárez, que recién volvió de una lesión es uno de los mejores futbolistas del país, inclusive aunque previo a su dificultad en la rodilla y el aislamiento que debió atravesar, ya no estuviera en su nivel más descollante y Rafael Santos Borré, cuestionado, pero siempre cerca del gol.

Sin embargo, el tercer puesto en la delantera, también rotó mucho. Jugó Julián Álvarez, quien parece necesitar mucho del buen rendimiento general para acoplarse y dar el máximo, Jorge Carrascal, anteriormente descrito y hasta con la lesión de Suárez apareció Lucas Beltrán.

Ninguno jugó mal, pero ninguno se adueñó del puesto. Esto define al gran choque del domingo. Ninguno de los dos llega muy mal ni muy bien. Ninguno tiene el equipo definido ni un panorama previo tan claro como para tener concreciones respecto de que mostrarán, más allá de que la idea de uno parece más definida que la del otro. Los dos llegan con inseguridades.