Hace 251 millones de años, el evento del final del Pérmico (EPE, en inglés), conocido popularmente como la “Gran Mortandad”, acabó con casi el 90 por ciento de las especies de la Tierra, lo cual representa la pérdida de vida más grave en la historia de nuestro planeta.

Ahora están apareciendo siniestros paralelos de ese trastorno en la Tierra, según un equipo dirigido por Chris Mays, investigador postdoctoral y paleobotánico en el Museo Sueco de Historia Natural en Estocolmo. Los investigadores encontraron que las proliferaciones de algas y bacterias tóxicas durante la Gran Mortandad son similares a una proliferación microbiana reciente en los lagos y ríos modernos, una tendencia que se ha relacionado con actividades humanas como las emisiones de gases de efecto invernadero (especialmente dióxido de carbono), la deforestación y la pérdida de suelo, según la revista Vice.

“Todavía no estamos ahí”, dijo Mays en un correo electrónico, refiriéndose a las condiciones del EPE. “Probablemente hubo un aumento seis veces mayor del dióxido de carbono durante el EPE, pero en la actualidad, los niveles de dióxido de carbono aún no se han duplicado desde la época preindustrial”.

“Sin embargo, debido al exorbitante incremento actual del dióxido de carbono, estamos poniéndonos al día con bastante rapidez”, advirtió. “Y las posibilidades de eventos de proliferación microbiana dañina, junto con muchas otras facetas nocivas del cambio (por ejemplo, huracanes intensos, inundaciones, incendios forestales), también aumentan”.

La correlación de estas proliferaciones con eventos de extinción masiva es “una señal desconcertante para el cambio ambiental futuro”, reportaron los investigadores en un estudio publicado el viernes pasado en la revista Nature Communications. De hecho, existe mucha evidencia que sugiere que actualmente estamos experimentando otro evento de extinción masiva, causado por la humanidad.

Las proliferaciones microbianas no solo transforman los hábitats de agua dulce en “zonas muertas” que pueden asfixiar a otras especies, aumentando así la gravedad de los eventos de extinción, sino que también pueden retrasar millones de años la recuperación de los ecosistemas, señaló el equipo.

Mays y sus colegas llegaron a esta preocupante conclusión tras analizar los registros fósiles cerca de Sídney, Australia, que se asentaron antes, durante y después de la extinción del final del Pérmico.

Aunque los mecanismos exactos detrás de la Gran Mortandad son un tema de debate, el evento fue impulsado en parte por un intenso brote de erupciones volcánicas que provocó un aumento dramático en las temperaturas globales y las emisiones de gases de efecto invernadero. Los incendios forestales, las sequías y otras perturbaciones se extendieron por los bosques, provocando el colapso de la vida vegetal y una deforestación generalizada.

La repentina pérdida de bosques, que actúan como disipadores de carbono, creó una notable “brecha de carbón” durante el final del Pérmico, lo cual pone en evidencia esta interrupción a largo plazo en la captación de carbono. Los nutrientes y los suelos que alguna vez habían sido metabolizados por estos ecosistemas botánicos se filtraron en los hábitats de agua dulce cercanos, lo que reforzó las proliferaciones microbianas que ya estaban prosperando como resultado de la temperatura más alta y el carbono atmosférico.

Estas comunidades microbianas son una parte integral de los ecosistemas de agua dulce en todo el mundo, pero los efectos del cambio climático provocado por los seres humanos, incluidos los incendios forestales, la deforestación, la pérdida de suelo y las sequías, están impulsando una nueva proliferación.

“Los tres ingredientes principales de este tipo de sopa tóxica son las emisiones aceleradas de gases de efecto invernadero, las altas temperaturas y la abundancia de nutrientes”, dijo Mays. “Durante el EPE y otros eventos extremos de calentamiento, las erupciones volcánicas proporcionaron los dos primeros, mientras que la deforestación repentina causó el tercero. Específicamente: cuando los árboles fueron aniquilados, la tierra llegó a los ríos y lagos, proporcionando todos los nutrientes que los microbios necesitaban”