Jugó aquella mítica final entre River y Boca en Madrid, lo hizo bien, pero después, Marcelo Gallardo entendió que todavía no era su momento y tuvo que “comer” banco. Casi un año. Pero Rafael Borré decidió irse y el “Muñeco” tuvo que recurrir a aquel pibe que se esforzó en el Bernabeu la tarde de gloria.

No paró de meter goles, de picar al vacío, de atropellar rivales, de recibir y convertir los pases de Enzo Fernández, su socio en la cancha que sea. Metió de a tres, cuatro o cinco por partido y en cuestión de meses, uno de los mas grandes del mundo, el Manchester City, vino por él.

El día de su debut, entró desde el banco contra el Liverpool y clavó el empate. Todo había valido la pena.

Llegó al Mundial colgado del ala del avión, para ser suplente indiscutido de Lautaro Martínez. Pero el segundo partido ya era titular, ya convertía, ya se transformaba en figura. Y en la semifinal de la Copa del Mundo, se hizo hacer un penal y convirtió dos goles para el 3 a 0 de Argentina. Los pibes de este suelo, a la altura de cualquier figura de cualquier potencia del mundo. Julián Alvarez.