Por Juan Luis Cebrián, presidente de EL PAÍS y miembro de la Real Academia Española

Si la justicia no es fuerte es preciso que la fuerza sea justa (Fenelon)

Esta cita ya clásica del pensador francés me ha acompañado desde temprana edad en mis reflexiones políticas, gracias a la insistencia que de ella hacía mi amigo, y maestro en tantas cosas, Gregorio Peces Barba, uno de los padres de la Constitución de 1978, presidente de las Cortes durante la Transición y cuyo pedigrí democrático y socialista le sitúan, como dicen los castizos, fuera de toda sospecha. La alusión a la fuerza justa viene a cuento, por desgracia, ante el terremoto institucional, cívico y político que se ha desatado en Cataluña. Los tintes churriguerescos y bananeros que el presidente Puigdemont y su banda de los cuatro han impreso en la política del antiguo Principado, amenazan ahora con convertir el vodevil en tragedia, como sucede a menudo en los carnavales de Río de Janeiro. Porque ante lo que nos encontramos no es solo ante una declaración de independencia de un territorio, sino ante la más seria amenaza contra la democracia española desde que se aprobara la Constitución. Más seria aún que la intentona golpista de 1981, o el terrorismo de ETA, pues el ataque proviene de una insurrección civil, alentada, programada y azuzada desde las propias instituciones catalanas. Sedición, rebelión y traición son, al margen de las calificaciones penales, los verdaderos nombres que el diccionario aplica sin matices a la actitud de los cabecillas de este intento de incoar una revolución bolivariana en pleno corazón de Europa.