"Hacia el año 2000, todo indicaba que Rusia continuaría sumergiéndose en niveles de desorden y cleptocracia que traían reminiscencias del Zaire de Mobutu Sese Seko. Sin embargo, no dejaba de ser una ex-superpotencia, con ambiciones, personal y recursos suficientes para evitar una vergüenza completa. Vladímir Putin, un vigoroso joven coronel del servicio de seguridad exterior, llegó al poder en una suerte de autogolpe concebido para proteger de la persecución o de un sino aún peor a un Yeltsin ya muy desmejorado físicamente, así como a su familia supuestamente enriquecida en magnitudes fabulosas. Putin ha demostrado ser leal, implacable con sus enemigos, pero también políticamente lúcido y desprovisto de la menor ilusión con respecto a la bondad de las intenciones liberales estadounidenses. Se ha comportado invariablemente como un soldado que sobrevivió a la derrota y busca oportunidades para presentar batalla otra vez25. Primero las encontró en los crecientes precios del petróleo y después en las trampas en que Washington se dejó caer voluntariamente en Oriente Medio y en el resto del mundo.

La contraofensiva de Putin todavía está en pleno desarrollo y –tal como ocurre en toda lucha compleja y prolongada– su resultado no es predecible. En la conclusión nos limitaremos a enunciar nuestras observaciones sobre la estrategia de Putin y sus posibles objetivos. En ambos aspectos, diferimos de la opinión prevalente hoy en día.

En la esfera política, Putin procede de forma enérgica y en ocasiones dominante, pero también es evasivo y no llega a mostrarse verdaderamente autoritario, tal como lo demostró al ceder facultades presidenciales a su joven copiloto civil Dmitri Medvédev durante el periodo 2008-2012 para atenerse a los cánones constitucionales. Los comentaristas ven demasiados fantasmas en la formación profesional de Putin como espía internacional. Cualquier gobernante actual de Rusia, haya sido o no un espía, habría debido proceder de manera similar si quisiera actuar con independencia en la esfera mundial. Lamentablemente, mientras se continúe identificando la democratización con el consenso liberal de Washington, Putin o sus sucesores tendrán motivos reales para suprimir las organizaciones no gubernamentales y los medios alternativos de prensa que sean financiados por fundaciones extranjeras o por los resentidos oligarcas locales. Lo mismo se aplica al «clima de negocios» en Rusia, que, como lamentan los críticos liberales, permanece adverso a las grandes empresas que escapen al control de Putin. A semejanza de los bolcheviques, Putin considera que su misión es demasiado importante para dejarle margen al liberalismo.

Los comentaristas estadounidenses que ven el mundo a través de sus propios anteojos sumamente ideológicos tachan de ideológica la política exterior de Putin, retratándolo como un enemigo de la libertad y un amigo de los dictadores. En realidad, Putin se ha mostrado flexible y oportunista en su elección de aliados y su posicionamiento en cuestiones internacionales. En años recientes, Moscú buscó un terreno común con la India y China o con Irán e Israel al mismo tiempo. La política exterior rusa no parece particularmente ideológica. Lo que sí concuerda con los hechos observados es la resolución de Moscú de hacerle frente a Washington en el mundo dondequiera que sea posible.

La guerra que estalló súbitamente en Ucrania en 2014 se convirtió en la crisis internacional más difícil y potencialmente peligrosa desde el final de la Guerra Fría. Pero salta a la vista la asiduidad con que Moscú se esmera por permitir que Europa occidental permanezca relativamente al margen, así como el extremo cuidado con que los europeos, en especial Alemania, han evitado perjudicar sus vínculos políticos y económicos con Moscú. Estas no son meras tácticas.

Paradójicamente, este ruso conservador y nacionalista de gran potencia se aproxima más al bienintencionado reformador Gorbachov que a ninguna otra personalidad que se haya puesto al frente del Kremlin durante el siglo pasado. La mejor alternativa de Rusia para mantenerse como una potencia importante y «desarrollada» sigue siendo la construcción de un bloque económico y geopolítico con Alemania, Francia y el resto de Europa continental. Las motivaciones europeas para avanzar en esta alianza también son las mismas que existieron durante la distensión y la perestroika de Gorbachov: recursos, mercados e independencia geopolítica con respecto a EEUU. La guerra ucraniana podría estropear durante una generación más la posibilidad de lograr una Europa más grande y más autónoma26. Como vemos, lo que se juega en este conflicto va mucho más allá de la esfera local. Pero el hecho de que haya tanto en juego para varios Estados poderosos, por otra parte, nos permite abrigar la esperanza de que la contienda ucraniana sea contenida más temprano que tarde. Por mucho que las altas esferas de Washington insistan en proteger por cualquier medio la «libertad» en Ucrania, EEUU, en visible decadencia, ya no es tan influyente como antes. He ahí nuestra predicción a corto plazo.La predicción a más largo plazo se condice con nuestra comprensión de que el sistema-mundo está dotado de estructuras perdurables que configuran la acción humana, al menos mientras continúe existiendo el sistema-mundo actual. Hace ya varios siglos que Rusia intenta a toda costa mantenerse como un Estado importante en el sistema-mundo moderno, pero en 1991 sufrió un terrible revés. Los esfuerzos por superar sus consecuencias reinstauran hoy muchos rasgos familiares del Estado ruso, en especial las tendencias a la centralización autoritaria y a la autoafirmación geopolítica.

Pero las estructuras también cambian, aun cuando lo hagan con demasiada lentitud desde el punto de vista de la vida humana. Los brutales medios de movilización que usaron en el pasado los zares reformistas y los revolucionarios bolcheviques ya estaban agotados a mediados del siglo XX. A un alto costo, Rusia había dejado de ser un imperio agrario con un campesinado numeroso y explotado sin piedad, para transformarse en una sociedad industrial moderna basada en una intelligentsia, especialistas capacitados y trabajadores calificados que estaban en una posición mucho mejor para defender sus derechos. Vimos esta autoafirmación durante la perestroika y, más recientemente, en las rebeliones y contrarrebeliones ucranianas, cualesquiera fueran los colores ideológicos y políticos que terminaran adoptando. La vemos hacer erupción en Rusia a diario en torno de diversas cuestiones de relevancia local. De hecho, puede decirse que la motivación más importante tras el revanchismo de Putin es la opinión popular de su país antes que la política exterior: los rusos se niegan a vivir en un país periférico. Pero cabe preguntarse cuál es la salida.

La transformación soviética formó parte de una transformación social más amplia y aún vigente que abarcó la totalidad del sistema-mundo. China es el único país grande donde esa transformación se encuentra ahora en pleno apogeo. En el planeta quedan cada vez menos lugares con un campesinado grande y todavía explotable. Ahora bien, ¿qué ocurre con el sistema-mundo moderno cuando alcanza el punto de inflexión en el que ya es demasiada la gente que afirma su deseo de no vivir en la periferia? La política popular del mundo emergente ¿pasará a ser predominantemente socialdemócrata, nacionalista o algo más que aún queda por inventar?

Lenin –quien, le guste a quien le guste, sigue siendo el mayor político de la historia rusa– dijo que lo que ocurre en Rusia podría estar mostrando algo importante sobre el futuro del mundo. Rusia cambiará con el mundo, pero el mundo también cambiará con Rusia. He ahí apenas una de las razones para continuar prestando atención al más excéntrico de los países semiperiféricos".

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