Por Paulino Rodrigues



Con algo más de 40 comicios por celebrarse durante este año, se ha bautizado al 2012 como el “año electoral mundial”. De las varias elecciones presidenciales que se efectuarán, tal vez las más relevantes resulten las de Francia y Estados Unidos, no sólo por la histórica gravitación de ambas naciones en el globo terráqueo, sino en particular porque las dos vienen soportando desde hace tiempo las duras consecuencias de la crisis económica internacional.

Si bien tanto Nicolas Sarkozy como Barack Obama buscarán la reelección, de acuerdo a las encuestas el presidente galo estaría viendo algunos nubarrones en su futuro próximo, mientras que en Washington la situación estaría un poco más calma, aunque en ello la economía será la que dé la última pincelada.

Lo único cierto hasta ahora es que las elecciones en Estados Unidos no han despertado muchas pasiones, ni dentro ni fuera del país, constituyendo por el momento unos comicios poco atractivos.

Ello se debe al menos a dos grandes factores. El primero es que las primarias republicanas se hallan empantanadas entre el favorito por muy escaso margen, el moderado Mitt Romney, y quien le estaría haciendo sombra, el precandidato Rick Santorum, del ala más conservadora del partido.

Las victorias de Romney en las internas de Michigan y Arizona el 28 de febrero fueron tan ajustadas que bien podrían pensarse como un empate con Santorum. En Michigan, tierra natal de Romney (que fue incluso gobernada por su padre), ambos obtuvieron la misma cantidad de electores (13 delegados), por lo que, para algunos, se trató del “papelón del favorito”.

Así, los republicanos están encontrando serias dificultades para consolidar una candidatura que permita canalizar un discurso opositor coherente y serio frente al oficialismo demócrata. Ciertamente, el inminente “supermartes” (el 6 de marzo, día en que se vota en 10 estados, entre ellos Ohio, que siempre ha sido determinante sobre cuál sería el candidato republicano) podría ser la bisagra que vuelque las voluntades hacia Romney. Habrá que ver.

El segundo factor es que parece que todo se dirimiría por o contra la gestión del propio Obama, sin haber tenido éste la oportunidad de aplicar casi ninguno de los planes que lo llevaron al poder.

Pese a lo cual, el presidente mantiene un margen de popularidad que, pese a haber disminuido en los últimos años, le estaría permitiendo la reelección el próximo 6 de noviembre. Encuestas recientes ubican un nivel de aceptación de su gestión del orden del 53%, a la vez que aseguran su victoria por sobre los republicanos por unos 10 puntos.

Si los aspectos mencionados dan cuenta del bajo interés de los ciudadanos norteamericanos (desde los grandes empresarios hasta los obreros), el desinterés argentino por el proceso electoral estadounidense se explica por nuestro encierro en problemas domésticos, debates locales o incluso la mayor impronta regional y europea del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Aunque es de esperar que, a medida que el proceso electoral se desarrolle, éste vaya generando repercusiones en la agenda argentina.

Sin embargo, pase lo pase, es sabido que no cambiaría demasiado la relación con el resto del continente. La región ya comprendió que un cambio de gobierno en Estados Unidos no asegura un cambio de políticas. El grueso de las decisiones de Washington constituye políticas de Estado. Obama, por ejemplo, heredó dos guerras de Bush e incluso aumentó la cantidad de soldados en Afganistán; lo mismo sucedió con los Tratados de Libre Comercio. Lo que caracteriza a los Estados Unidos es la continuidad, no el rompimiento.

Es probable que el gobierno norteamericano, enfrentado a desafíos y retos internacionales más graves y costosos, siga mostrando para con la Argentina en particular un papel cercano al ausentismo y la indiferencia. Además, la prioridad de Washington en la región está mucho más cerca de México, Brasilia, Bogotá o Santiago que de Buenos Aires. Pese a todo, el tiempo es el que tiene la última palabra.