Luego de haber sido aclamado por “La maldición de Hill House” y su secuela “La maldición de Bly Manor” la vara quedó muy alta. La vuelta al horror clásico y gótico plagado de fantasmas conquistó al público y a la crítica por igual (y a los responsables de Netflix que renovaron la serie) y la apuesta con “Misa de Medianoche” volvió a subir.

La historia comienza a delinearse con un ritmo cansino y espeso, con un ambiente propio de varias novelas de Stephen King (“Salem’s Lot” es una referencia ineludible), cuando un joven borracho mata a una chica atropellándola con su auto. Luego de cumplir con su pena vuelve a su casa natal en Crockett Island, una isla en la que viven 157 personas. Su llegada coincide con la de un sacerdote que viene a reemplazar al antiguo párroco de la isla.

La serie avanza al compás propio de la localidad en la que se desarrolla la historia, un lugar en el que todos se conocen y cada personaje -construido con minuciosidad- ocupa un sitio importante en la trama. No hay que dejarse engañar por los extensos diálogos y monólogos que los personajes sostienen. Cuando los hechos se decantan cada línea tiene su explicación. La propia naturaleza humana queda en entredicho, la culpa, la fe y las creencias quedan envueltas en un climax oscuro muy bien construido por el creador de la serie. 

En la telaraña en la que queda atrapada la religión (cada capítulo se titula como un libro de La  Biblia), la vida después de la muerte, los milagros y toda la simbología cristiana se mezcla con el fanatismo y lo grotesco en lo que podría ser un episodio de los “Expedientes X” o en una clásica historia de vampiros que se delinea lentamente cuando los hechos se precipitan.

“Misa de Medianoche” desarrolla en 7 episodios una historia apasionante y terrorífica cuyo resultado es más espeso cuando uno puede reflexionar sobre lo visto luego de ver el final. Es una serie para que los amantes del género queden satisfechos pero también el espectador ocasional disfrute de una historia bien construida y sin fisuras.