Tan innecesariamente angustiante fue, como potente el desahogo. Tan frustrante e inmerecido hubiese sido un final amargo, como furioso fue el festejo posterior. Argentina fue mucho mejor que Países Bajos y sólo la pasó mal cuando se negó a jugar. Finalmente, tras un 2 a 2 injusto, apareció Emiliano “Dibu” Martínez y el conjunto nacional se impuso 4 a 3 en los penales.

Suena ingrato en la victoria, especialmente con un entrenador que le dio al seleccionado tanto. Pero las estrategias empleadas por Lionel Scaloni a lo largo del partido no parecieron acertadas. Todos los jugadores argentinos estuvieron en un muy buen nivel y los que peor jugaron, aún sin hacerlo mal, llegaron en su mayoría desde el banco.

El planteo inicial, de similares características para ambos equipos, no permitió al conjunto nacional explotar demasiado su mejor faceta: la ofensiva. Julián Álvarez quedó demasiado aislado y sólo en ataque, además de extenuado por correr rivales y para conectar con el ataque, el equipo dependió excesivamente genialidades de Messi, que siempre llegan, pero de las cuales no es conveniente depender.

El primer tanto llegó en un contexto de total paridad durante la primera mitad. Messi frotó la lámpara de un modo inimaginable, comenzó una de sus clásicas excursiones de derecha hacia el centro, pero soltó un pase totalmente imprevisible, genial y exquisito para Nahuel Molina. El ex defensor de Defensa y Justicia y Rosario Central, de incansable tarea, controló con zurda, punteó con la derecha ante el cierre de Virgil Van Dijk y puso el primero.

Ya en la segunda mitad, la Albiceleste mejoró muchísimo. Durante más de media hora controló el partido con absoluta calma y sin pasar sobresaltos defensivos. Además, generó algunas situaciones en ataque. Cuando poco pasaba, Marcos Acuña se metió en el área sin compañía amiga. Enganchó hacia atrás y Denzel Dumfries lo tocó abajo. Un penal tan tonto como claro. Otra vez Messi se hizo cargo, con la calma que requería la situación y lo pateó bárbaro.

Todo estaba dado para terminar el partido en paz y hasta quizás con más diferencia. El seleccionado argentino se refugió demasiado. Los cambios tendieron a meterse atrás y a resignar el juego que tan bien hace el equipo. Además, Louis Van Gaal mandó a la cancha a Teun Koopmeiners, muy buen ejecutante, y a dos delanteros de más de 1,90: Luuk De Jong y Wout Weghorst. 

Por otro lado, el árbitro español Antonio Mateu Lahoz colaboró con decisiones absurdas. Infracciones chiquitas, adiciones excesivas de tiempo y decisiones reglamentarias incomprensibles, para los dos lados. Seguramente habrá lugar para todo tipo de teorías conspirativas. 

Que Fernando Rapallini dirigió a España cuando quedó afuera y este la devolvió. Que el cuestionado referí hace años vela por los intereses del Real Madrid en su país, contra los cuales pocos cosas han sido más dañinas que las brillantes actuaciones de Messi. Lo concreto, para todos los que miran generalmente La Liga es que es lisa y llanamente un incapaz, con enormes deseos de contar con un protagonismo que no le corresponde.

El equipo europeo literalmente empezó a meter la pelota en el área por arriba, sin nada de elaboración. Es cierto que los jugadores del equipo argentino permitieron trabajar a los lanzadores, pero una vez que la tiraron al área, por tamaño, eran casi imposibles de parar. Weghorst anticipó a Lisandro Martínez y descontó y aumentó el sufrimiento.

En la última, tras un foul extraño, porque Germán Pezzella empujó al delantero neerlandés, pero antes este había cometido infracción sobre Leandro Paredes, el equipo que poco había hecho, lo empató. En vez de rematar al arco jugaron corto, Weghorst aguantó y giró contra Enzo Fernández, definió desde el piso y empató.

Argentina no se desmoronó y la explicación de por qué es fácil: porque juega mejor al fútbol que su rival, aunque por un rato se haya olvidado. No pudo plasmarlo en el primer tiempo del alargue, por el planteo timorato y conservador. Cuando entró Ángel Di María en la segunda parte, todo cambió. Contagió voracidad ofensiva y todos se despertaron. En esos últimos 15, el equipo hizo todo para ganarlo, por arriba, por abajo, con intentos olímpicos y hasta con un remate en el palo de Enzo Fernández. 

Los penales suelen premiar al que menos hace y castigar al que se desvive por llegar y no lo consigue. Este lado, la supuesta “lotería”, estuvo del lado del mejor. Gracias, en buena medida, a un hombre hecho a la medida del arco argentino, que ya se ha transformado en uno de los más legendarios de todos los tiempos.

“Dibu” Martínez tapó dos remates, uno nada menos que a Van Dijk y el otro a Steven Berghuis. El animal del arco, que atajó dos giros descomunales, le sacó presión a sus compañeros. Incluso ante el fallo de Enzo Fernández, que la tiró afuera, reinó la tranquilidad. Lautaro Martínez, que venía con el arco cerrado, pateó el último y desató la locura.

Hay semifinales y no es contra el gran candidato. Brasil está afuera y espera Croacia, un señor equipo, con experiencia, temple y capacidad individual. Si Argentina juega al fútbol, tiene con qué seguir adelante.