El hecho de que los jóvenes duques de Cambridge sean los embajadores de Londres 2012 convierte a la familia real en protagonista de los eventos previstos antes y durante la competición. Además, el recorrido de la antorcha olímpica por el Reino Unido discurrirá por lugares tan simbólicos para la monarquía como la residencia estival de Balmoral, en Escocia; el famoso castillo de Windsor; Sandringham House o el palacio londinense de Buckingham.

La vibrante competición deportiva y la sabia nueva aportada por la joven plebeya Catalina, el encanto de su esposo Guillermo y la espontaneidad del príncipe Harry, harán que estos juegos acerquen a la familia real británica a su pueblo. Quizás Isabel II también se permita algún gesto de emoción que remueva el trono de la reina que más años lleva la corona en Europa.

La reina Isabel pertenece a la dinastía de los Windsor. Fue el rey Jorge V (1910-1936), jefe de la denominada entonces Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha, quien tras los dramáticos años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), no consideró oportuno mantener esa denominación para la familia real británica, por las evidentes connotaciones políticas.

ADAPTARSE PARA SOBREVIVIR.

Aunque la monarquía británica siempre ha tenido fama de distante y regia, los nuevos tiempos algo están cambiando. Gerardo Correa, consejero delegado de la Escuela Internacional de Protocolo de España, explica que, aunque sea la monarquía europea con las tradiciones más enraizadas, convivir con una sociedad tan moderna les hace adaptarse al mundo actual.

Pese al conservadurismo de las formas y un estricto protocolo, los miembros de la familia real poco a poco se van saltando las normas “para interactuar con el pueblo”, que sigue demandando la presencia de la historia en cada acto público.

“Yo viví en Londres la boda de Guillermo y Catalina y no deja de sorprenderme cómo, con una corrección absoluta”, gracias a una buena organización de protocolo, “casi un millón de personas se trasladó, caminando, desde la Abadía de Westminster a Buckingham Palace, para ver la salida de la pareja al balcón y el beso de rigor”. Un tradicional gesto que si se hubiera eliminado del protocolo, hubiera causado una tremenda decepción.

BUCKINGHAM, UN EMBLEMA.

El Palacio de Buckingham, por ejemplo, es todo un emblema en sí mismo y para Isabel II. “Es el símbolo de la Casa Real británica. Es la residencia oficial pero también abre sus puertas al público. Es otra de las maneras de acercar la monarquía a los ciudadanos”, comenta el experto.

Correa apunta que este palacio del centro londinense, que también es el hogar de la reina y de su esposo el príncipe de Edimburgo, donde han crecido sus cuatro hijos, se ha adaptado a la “forma de ser de las personas que lo habitan, porque es difícil mantener una vida familiar en un espacio como este”. Buckingham Palace tiene nada más y nada menos que 775 habitaciones. Diecinueve de ellas están destinadas a actividades de Estado y 52 son dependencias privadas para la familia real y sus invitados.

Y aunque a alguien pueda parecerle extraño, la propia reina se ocupa personalmente de algunos de los pormenores que tienen que ver con la intendencia de palacio.

JUBILEO DE DIAMANTE.

Poco antes de la inauguración de los XXX Juegos Olímpicos, tendrá lugar el Jubileo de Diamantes, una conmemoración que celebra el 60 aniversario de la coronación de Isabel II. El especialista en protocolo señala que, excepto el nombre, los paralelismos con su antecesora Isabel I (1558-1603) son más bien “escasos” y la equipara con la reina Victoria (1837-1901) que permaneció en el trono 63 años.

“Salvando las distancias y los momentos yo la comparo más con la reina Victoria, que dejó huella por su forma de actuar. Isabel II ha hecho labores de Estado muy importantes que la Historia le reconocerá. Creo que será recordada como una persona muy inteligente”, considera.

El experto no duda de que el reinado de Isabel II marcará una época y pone en valor el hecho de que no se haya producido ningún escándalo relacionado con la tarea oficial que desempeña la soberana.

“No hay que olvidar que Isabel II es jefe de Estado también de algunos de los países que conforman la Commonwealth, entre ellos Canadá y, aunque no gobierna, su intervención política es importante. Antes la vida de los reyes era más privada. Han tenido que adaptarse porque el mundo ha cambiado”, afirma Correa.

LA FAMILIA REAL.

En sus primeros años de reinado, Isabel II tuvo un referente fundamental, la reina madre, Elizabeth, que falleció en 2002. Era muy querida por el pueblo y “fue un espejo” para su hija que, desde joven, fue “muy independiente y moderna para su época”.

Una imagen alejada de la que presenta cuando comparece ataviada con el manto escarlata orlado de armiño, la Corona Imperial de la India y con el cetro en la mano para acudir al Palacio de Westminster, la sede del Parlamento, donde preside la ceremonia de apertura. “La reina se ha creado a sí misma. Es una auténtica autodidacta”, indica Gerardo Correa.

En estos momentos, la mirada de todos también se vuelve hacia la labor y presencia de su esposo, el duque de Edimburgo, cuyo trabajo comienza a ser valorado. “Al cabo de los años se empieza a reconocer su figura. Se le ha tratado mal. Se le ha catalogado de frívolo, pero él ha sabido generar estabilidad. Siempre ha estado en la sombra y ahora está comenzando, quizá sea cosa de la edad, a manifestar sus puntos de vista”, apunta Correa.

Pero si alguien brilló con luz propia en este claroscuro de la monarquía fue Diana de Gales. A pesar de todos los momentos polémicos que regaló a la opinión pública, fue el personaje que mayor espaldarazo dio a la institución real al acercarse al pueblo como ninguno de sus miembros. Reconocer que en su matrimonio eran tres (al poner de manifiesto la relación de su esposo Carlos con Camila Parker) y su divorcio, la convirtieron en la reina de corazones y provocaron que la familia real perdiera puntos ante los británicos, especialmente tras su muerte.

En aquellos días, tanto la opinión pública como la prensa expresaron duras críticas contra la aparente frialdad mostrada por la familia real, y en especial hacia la reina que, a pesar de la muerte de Diana en un accidente de tráfico en París, continuó sus vacaciones estivales en Balmoral.

En respuesta a esas críticas, y mientras las flores y los mensajes de los ciudadanos cubrían de manera espontánea las verjas de entrada en los palacios de Buckingham y Kensington, residencia de Lady Di, la reina tomó dos decisiones sin precedentes: pronunciar un discurso por televisión y ordenar que la bandera nacional británica ondeara a media asta en el Palacio de Buckingham en señal de respeto y homenaje a su ex nuera.

Según Gerardo Correa, “el momento más bajo de popularidad de toda la historia de los Windsor es el momento en que Diana fallece. La retransmisión de su funeral merece un análisis en cuanto a protocolo se refiere”. No hay que olvidar que la comitiva “sale de Clarence House, que es la oficina y hogar del Príncipe de Gales, del que ya estaba divorciada. Y la genuflexión de Isabel II al paso del coche fúnebre siempre será recordada”, precisa el especialista de la Escuela Internacional de Protocolo.

Según Correa, en la retransmisión del funeral se cuidó hasta el más mínimo detalle, y la disposición del cortejo fue impecable. Un punto de inflexión desde el que comenzó un excelente plan de comunicación posterior, “orquestado para que la imagen de la Casa Real revertiera en positivo”.

En la actualidad el nieto de la reina, el príncipe Guillermo, hijo mayor de Carlos de Inglaterra, y Catalina, su esposa, son la imagen moderna y desenfadada del Reino Unido. Sin embargo, el especialista en protocolo muestra ciertas reticencias.

“El tratamiento de Catalina me parece muy arriesgado por parte de la Casa Real. Es otra Lady Di. Y una nueva decepción sería mucho más grave pero, sin embargo, apuestan por ella, y supone un espaldarazo tremendo para la monarquía desde que se celebró el enlace de la joven pareja”.

La longevidad de los miembros de la Casa de Windsor ha hecho que la reina, de 86 años, continúe en su puesto y no se haya planteado abdicar en favor de su hijo mayor el príncipe Carlos. “Quién sabe si será él quien reine”, concluye el especialista.

Quizá el proceso salte una generación y sea el príncipe Guillermo quien ocupe el trono de su abuela. Todo está por decidir.

Por Inmaculada Tapia