El fútbol argentino es único. Tiene una serie de particularidades que lo diferencia de cualquier otra liga del mundo y aunque algunos de esos aspectos distintivos son negativos, hay uno positivo que sobresale de manera evidente: la paridad. Pocas torneos en el mundo tienen la posibilidad de ofrecer partidos absolutamente imprevisibles. De hecho, es probablemente el sello que distingue a la Premier League como el mejor torneo de todos. 

La primera fecha de la Copa de la Liga fue una muestra de la competitividad a la que pueden llegar algunos equipos incluso con recursos inferiores. Ninguno de los equipos grandes pudo ganar, y si bien las situaciones económicas de San Lorenzo y sobre todo de Independiente no reflejan su inmensa historia, tampoco pudieron ganar Racing, River y Boca, las tres instituciones que en este momento son las más poderosas económicamente.

El fútbol es el deporte más popular del mundo en buena medida porque son muchas las ocasiones en las que escapa de la lógica. Sin embargo, hay ligas como la de España o Alemania, poderosas y vendidas a todo el mundo, en donde los resultados son casi siempre los esperados. No sólo los campeones son casi siempre los mismos, sino que además, rara vez a los más ricos se les escapa un partido.

En Argentina eso es diferente. Son muchos los encuentros en los que es difícil arriesgar un resultado, aún si se enfrenta un equipo rico contra uno de bajos recursos. Ese aspecto distintivo que podría potenciar a la liga argentina a un lugar importante a nivel global se desaprovecha de manera permanente.

Varios problemas conspiran contra nuestros torneos. Por supuesto, hay algunos casi inevitables. La situación económica del país, las imposibilidad de planear a futuro por las fluctuaciones sociales y políticas y hasta la ambición de los jugadores por competir en el Viejo Continente, donde se ha instalado, no sin razón, que juegan los mejores, son cuestiones muy alejadas de las responsabilidades de los dirigentes del fútbol.

Pero hay inconvenientes definitivamente evitables. Por ejemplo, el hecho de que más de un partido, entre ellos dos de los más atractivos de la fecha como Estudiantes - Independiente y Boca - Colón, se hayan jugados en campos de juego con estados paupérrimos. Los hinchas buscarán justificar a su equipo y darle algún motivo lógico al maltrato de esas canchas. Ninguno es aceptable: si el arreglo de un estadio se hace en tiempos de competencia, se debe buscar otro para jugar.

Pero hay otra cuestión que es quizás más clara y que va directamente en contra de la principal virtud: la paridad. Son muchos los clubes que con imaginación, buena capacidad de búsqueda de jugadores e inferiores inagotables pueden competir con menos recursos económicos. Pero no son 28. Es absolutamente imposible que tantos equipos sean competitivos y eso queda demostrado.

Sin duda, hay 18 o 20 en capacidad de dar batalla, pero el número excesivo es claramente perjudicial. El sorteo determinó que en la primera fecha cinco de los equipos con más rica historia tuviesen partidos complejos, pero difícilmente vuelva a suceder habiendo tantos clubes en primera.

Con un número razonable de participantes, prácticamente todas las fechas podrían tenerse partidos como en esta, en la que ningún resultado podía preverse de antemano, en la que ningún partido estaba resuelto hasta el minuto 90. El gen competitivo del futbolista argentino, que siempre invita a ilusionarse, podría explotar con mucha más frecuencia en condiciones adecuadas.