El país es una fiesta y no hay palabras que describan las sensaciones de lo vivido. Lo que viene es una oportunidad hermosa, lo ya conseguido no es para nada despreciable. Argentina superó claramente a Croacia por 3 a 0 y jugará la final del Mundo. Lionel Messi abrió la cuenta de penal y luego Julián Álvarez convirtió en dos oportunidades.

Las sensaciones finales hacen olvidar que en algún momento el partido fue de trámite bien apretado. El encuentro era lento, parsimonioso y con el estilo que más le gusta al equipo de Zlatko Dalic. En ese marco, si bien se repartían la pelota, los mejores momentos de maneja habían sido del conjunto europeo.

En ese trámite trabado, apareció una genialidad de Enzo Fernández que destrabó un torbellino. El del Benfica, que está al menos en el podio de los mejores del Mundial, metió un pase largo brillante para Julián Álvarez. El delantero aprovechó que Dejan Lovren había quedado enganchado, picó al vacío y enfrentó al arquero. La pelota tardó en bajarle y por eso no pudo definir cómodo. La punteó y Dominik Livakovic, en el intento de achicar, dio un paso al frente y se lo llevó puesto.

El árbitro Daniele Orsato esperó al fin de la jugada pero sancionó correctamente penal. Messi se hizo cargo y entendió que enfrente estaba un especialista. A pesar de que había mostrado alguna dificultad física, le voló el arco y puso el 1 a 0.

El equipo que dirige Lionel Scaloni tomó a su rival del cuello y no lo soltó más. Sintió el desequilibrio y lo aprovechó al máximo. Cinco minutos después, tras una pelota parada en contra, Julián Álvarez condujo un contraataque eterno. Corrió 70 metros y la cancha nunca se acababa, casi como en los tan populares animé japoneses de fútbol. Tuvo opciones, tuvo pases, pero decidió ir él y se llevó puesta a toda la defensa rival. Ganó dos rebotes seguidos, enfrentó al arquero y definió con la tranquilidad de los grandes.

El segundo tiempo se presentaba ideal: los subcampeones del mundo se volcaron al ataque no sólo en cuanto a la postura, sino también con los cambios realizados y dejaban espacios en el fondo. Tanto se lanzaron a atacar que dejaron a Ivan Perisic, de lo más desequilibrante del equipo, como lateral izquierdo.

A pesar de los muchos hombres de ataque del rival, el conjunto nacional no sufrió para nada. Hubo fiereza para que la pelota no pase limpia por la mitad de la cancha y una parva de cruces exitosos de los defensores para dar seguridad. Especialmente Nicolás Otamendi, quien tanto en su posición como fuera de ella parece inexpugnable.

Ya no parecía haber riesgos en el encuentro, pero faltaba el solo del capitán. A falta de 20 minutos, por el sector derecho, Messi armó una jugada majestuosa desde lo técnico, pero también soberbia desde la experiencia, el manejo de los tiempos y el juego con la desesperación rival. Sacó a pasear a Josko Gvardiol, de los mejores defensores del torneo, y se lo llevó a la rastra por afuera. Tiró el centro atrás y apareció, como siempre, el solidario Julián Álvarez, que solo tuvo que empujarla.

El panorama fue tan glorioso y festivo que el final, en el que no se sufrió en absoluto, tuvo tiempo para que ingresen Ángel Correa, Paulo Dybala y Juan Foyth que hasta ahora no habían tenido minutos. El entrenador se dio el gusto de poner porque, más de 20 minutos antes de que termine, la semifinal del mundo estaba terminada.

Este equipo argentino está a un paso de lo que tanto anhela, pero ya ha logrado grabarse a fuego en la memoria colectiva de todos los hinchas. Todos recordarán momentos, situaciones, sensaciones y disfrutes que ha generado este plantel, en la Copa América, en el gran proceso de clasificación y también en este Mundial. No hay nadie que no quiera lo que queda por conseguir, pero eso no implica no disfrutar de lo ya conseguido. Jugar así al fútbol emociona.