Las últimas señales emitidas por el gobierno de Cristina son peligrosas y preocupantes. Demuestran que perdió la calma. Y evidencia un grado de desesperación que lo hace cometer errores cada vez mas graves y mas seguidos. No hay otra manera de explicar lo que está pasando. En algunos casos son escándalos institucionales sin antecedentes desde la recuperación democrática. El operativo de pinzas con el que ayer el gobierno atacó a la justicia es un atentado al sentido común y a la calidad institucional. Que el ministro Julio Alak sea el jefe del atropello a uno de los poderes constitucionales es insólito. Que el diputado Carlos Kunkel acuse nada menos que a la Corte Suprema de Justicia de estar gestando un golpe institucional solo porque sus fallos no son funcionales a sus desmesuras, obliga a encender una luz de alerta en el tablero institucional de la Nación. Hay cuestiones con las que no se jode. Hay instancias sagradas que todos debemos cuidar porque la solidez del sistema descansa sobre esos pilares de independencia.

Como si esto fuera poco, el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray le inició juicios a dos periodistas que lo investigaron por casos de corrupción. Se trata de Luis Majul y Matías Longoni quienes publicaron denuncias muy detalladas que deberían obligar al funcionario a dar explicaciones. Sin embargo, al igual que Rafael Correa en Ecuador, el funcionario público les inició demandas millonarias a los periodistas como una forma contundente de meterles miedo y de intimidarlos.

Insisto con la idea que articula todo lo que está pasando en los últimos tiempos. El gobierno nacional puso tan alto su objetivo épico que ahora teme defraudar a su propia tropa. Fue tan grande la sobreactuación que muchos imaginaron que mañana podría bajar Néstor Kirchner desde el cielo. Y la verdad es que esa obsesión por dinamitar al grupo Clarín empujó al gobierno a perder energía, tiempo y prestigio en forma acelerada. No es habitual que diputados serios y prudentes pidan el juicio político de un ministro como ocurrió con Alak quien, como tantos otros, incineró su carrera política en el altar de Cristina y cayó en la obediencia debida. Batió todos los records de velocidad para el despropósito: en un minuto y por segunda vez recusó a todos los jueces de la Cámara y dijo, muy suelto de cuerpo, de que el funcionamiento de la justicia es una alzamiento contra una ley de la Nación. Mas grave todavía es que estos personajes no hacen otra cosa que verbalizar lo que les ordena Cristina.

Eduardo Amadeo utilizó la figura tenebrosa de Fujimori para tratar de explicar lo que está pasando. Alberto Fujimori hoy está preso por delitos de lesa humanidad y corrupción pero como presidente del Peru sepultó la democracia desde el poder. El fujimorazo clausuró violentamente el Congreso, intervino la justicia, tomó por la fuerza varios medios de comunicación, persiguió ferozmente a los opositores y, finalmente, dio un autogolpe. Ruego que Eduardo Amadeo se equivoque. Que solo haya sido una exageración en medio de la calentura del debate. Porque si Amadeo tiene razón a los argentinos nos espera días turbulentos y tensiones inquietantes que no nos merecemos.

Sembrar el odio y el conflicto en cada tema por mas nimio que sea, querer la hegemonía en todos los sectores, expresar un fuerte autoritarismo sin vocación por el consenso ni por el diálogo empuja a la sociedad hasta el abismo de lo que prefiero llamar democradura. Democracia, si. Representativa porque Cristina ganó con toda legalidad y legitimidad y por paliza las elecciones. Federal, más o menos porque pocas veces hubo una administración que podría definirse como unitarismo fiscal y Republicano, casi nada. En forma sistemática el gobierno fue destruyendo todos los mecanismos de control. Gran parte de su tarea fue bloquear y presionar a la justicia para que no cumpla con su rol y someter al periodismo que no se domestica para instalar la impunidad de estado. Margarita Stolbizer fue descarnada: “Van contra todo, incluso contra el estado de derecho. Desde la presidenta para abajo, aparecen enfermos y alienados por el odio”.

Siempre estamos a tiempo de bajar un cambio y apostar a la racionalidad. Todos los sectores de la vida nacional que tienen responsabilidades pueden convocar a insultar menos y escuchar más al otro. Hay algo muy valioso que tenemos que cuidar y que nos pertenece a todos. Nos costó sangre, sudor y lágrimas a los argentinos construir una democracia con reglas del juego. Hoy más que nunca se necesita un compromiso que renueve esas convicciones. Respetar esas reglas del juego es la base de la convivencia civilizada. El miedo a las ideas de los demás y la poca fe en las propias, es el parto de la violencia. Abortemos semejante locura. Antes de que sea demasiado tarde para lágrimas.