El Papa Francisco, es el argentino que mas alto llegó en la historia. Lo hizo con la coherencia de su pensamiento y acción, con las armas de la solidaridad y la ética. Con su ejemplo nos propone construir una Argentina sin egoísmos ni voracidades consumistas, una sociedad del encuentro entre hermanos.

El Papa laico uruguayo, el presidente Pepe Mujica dijo una vez que a los argentinos lo único que les falta es quererse mas. Que tenemos de todo. Pero nos falta amor fraternal para hacer el bien sin mirar a quien. Para valorar todo lo que tenemos y para dejar de pelearnos todo el tiempo por todo.

El padre Angel Rossi, ese sacerdote de la sencillez y la profundidad que tenemos la bendición de compartir en este programa de radio, contó hace poco en una charla una parábola que no olvidaré jamas. Porque me parece que resume el espíritu necesario para construir un mundo mejor. Contó que dos hermanos trabajaban de sol a sol, sembraban y cosechaban el producto del esfuerzo.

Tanto sacrificio empezó a dar sus frutos y ellos pudieron ahorrar bastante. En el galpón del fondo, sobre la pared izquierda se fueron apilando las bolsas de cereal que correspondían al hermano soltero y sobre la pared de la derecha las que pertenecían al hermano casado que tenía cinco hijos. Siempre se repartían las ganancias mitad y mitad, el 50% de lo producido para cada uno. El soltero, una tarde pensó: " Esto no es justo. Yo no tengo a nadie que alimentar.

Mi hermano tiene 5 hijos" y por las madrugadas se levantaba para ir al establo donde tenían almacenado sus granos y ahorros y pasaba las bolsas suyas a la pila de su hermano. Eso le permitía dormir en paz y ser mas feliz. Pero el hermano casado, pensó también en el otro. "Esto no es justo. Cuando yo sea viejito voy a tener 5 hijos para que me cuiden y me ayuden. Mi hermano estará solo. Necesitará tener mas ahorros" y por las madrugadas pasaba sus bolsas a la pìla del hermano. Asi ocurrió durante años. Hasta que un día, los hermanos se cruzaron, cada uno con una bolsa en el hombro para llevarla a la pared del otro. Se miraron a los ojos, lloraron y en ese lugar se levantó el altar de una iglesia.

Ese es el relato religioso del padre Angel que tanto me impactó. Yo lo llevo al plano de los laicos y sin ser irrespetuoso me permito decir que en ese cruce de miradas húmedas debe refundarse la sociedad y este país. Que en ese instante de la historia debemos aportar nuestras bolsas para que haya mas inclusión, mas desarrollo, mas equidad. Comprender que nadie se salva solo. Que es imposible ser feliz en una isla rodeada de un mar de hermanos con las necesidades básicas insatisfechas.

No lo veo como un tema de caridad. Es mucho mas que un gesto generoso de alguien. Hay que dar hasta que duela, decía la madre Teresa. Incomodar a los cómodos y acomodar a los incomodos, plantea el Talmud. Refundar la convivencia entre iguales sobre la base del trabajo decente, la vivienda necesaria para la familia, la educación que iguale oportunidades y el respeto por la ley y por el prójimo. En esa sociedad de hermanos creo. En una comunidad integrada que tenga objetivos estratégicos.
 
Donde el gobierno de turno tenga la humildad de reconocer errores. De no creerse un Dios perfecto y por lo tanto todo lo malo es culpa de los demás. Esa soberbia es tan dañina como la corrupción de estado que se instaló en estos últimos años. Mas honestidad intelectual y moral y mas generosidad para nuestros semejantes.

Domingo Faustino Sarmiento decía que la democracia es la posibilidad de generar la mayor cantidad de felicidad para la mayor cantidad de gente posible. La podemos y la debemos construir entre todos. No va a caer del cielo por mas que el Papa sea argentino. Hay edificarla entre todos, ladrillo por ladrillo, con todas las manos todas, generando riquezas y ahorro con nuestro sacrificio pero pensando en el otro. Ese otro es nuestro hermano, sea soltero o casado. Es nuestro hermano hasta el fin de los tiempos. Amén.