No habrá ninguna igual. No habrá ninguna porque fue una noche histórica en la que se mezcló lo plebeyo con lo sublime. Charly García hizo temblar al teatro Colón. En realidad lo hizo latir, como si fuera la Bombonera. La cultura puso las cosas en su lugar: el máximo músico argentino vivo fabricando su arte en vivo en el máximo coliseo nacional.

¿O es que alguien duda de que Charly García es el Gardel de estos tiempos y que ocupa el trono que dejó vacante la muerte de Mercedes Sosa? Fue tanta la magia y la tecnología que en un momento, apareció como un fantasma la voz de la gran Negra Nacional y cantó a dúo con Charly. La emoción se transformó en una usina de energía que sacudió el teatro: “Olé, olé, Charly, Charly”, deliraba la gente y ese genio que volvió de la muerte movía sus patitas flacas como si fuera una marioneta de Dios. Y tal vez lo sea. Alguien debe mover los piolines de un tipo de una creatividad única. De pronto abrió sus brazos, juntó sus piernas y apareció Charly crucificado.

Pocas veces las multitudes gritan genio y están diciendo la verdad. El teatro parecía elevarse en cada tema. Y argentinos de todos los palos se convertían en comunidad. Desde Marta Minujin hasta el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, pasando por Juanse. La opera y el sintetizador, el violonchelo y el bandoneón, la lírica y el rocanrol. Un concierto irrepetible en el que muchos padres tararearon las canciones con sus hijos. La memoria se hizo ceremonia y estremeció la piel cuando Charly recordó que los amigos del barrio pueden desaparecer pero aseguró que los dinosaurios ya desaparecieron. Aquel ex colimba, llegó a escribir que “si ellos son la patria, yo soy extranjero”. Nunca el autoritarismo. Siempre la libertad. Así en el arte como en la tierra. Al lado del diablo indomable que pateó todos los tableros cantaba un ángel llamado Rosario, la hija de Palito Ortega.

La mezcla de la biblia y el calefón que somos los argentinos. Tal vez tengamos que agradecerle toda la vida a Palito que haya evitado la muerte de Charly. Hoy está de pié. Vive pese a que bajó a los sótanos de su propio cuerpo. Ni Charly ni nadie olvidará jamás lo que ocurrió anoche en el Colón. Tocó el cielo de la gente con sus propias manos. Se hizo carne en la memoria colectiva. En el inconsciente colectivo. Charly García es un torrente de nuestra identidad nacional. Aquel ciudadano llamado Carlos Alberto García Moreno, bigote bicolor para más datos, es un producto made in Argentina. Habla de nosotros, cerca de la revolución pero haciendo promesas en el bidet o demoliendo hoteles para combatir lo fugaz, lo efímero de estos tiempos tan líquidos.

Charly es la rebeldía puesta al servicio del arte. Es el señor de los teclados admirado por los músicos más clásicos. Es una manera de cantarnos en los fogones de la adolescencia desde ese colegio único de Caballito llamado Dámaso Centeno donde se amasó una gloria tan Sui Generis. Charly es nuestro John Lennon. Fue el fundador de nuestros Beatles. Nos hizo cantar sus himnos. Y bailar con la piba del amor. Todos somos hijos de sus lágrimas y anoche pudimos rendirle tributo en ese altar de los grandes.

Confirmar que hubo un tiempo que fue hermoso y que fuimos libres de verdad. Poco a poco fuimos creciendo y nuestras fábulas se fueron desvaneciendo como pompas de jabón. Ayer sacamos nuestros sueños del castillo de cristal apenas llegó Charly en su limusina blanca para probar sonido. Las líneas paralelas se tocaron y el artificio fue posible, pura utopía. Ayer soñé con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión. Hoy desperté cantando está canción que fue escrita hace tiempo atrás… y es necesario cantar de nuevo una vez mas.

Charly en el Colón. Un Dios en el Olimpo. Charly es un sentimiento. Parte de la religión. Sinfonía de un sentimiento.