Con un par de tuits, Donald Trump desmoronó al mundo. Otra vez. Tres días antes de la reunión con las autoridades de China para evitar la guerra comercial y tecnológica, les advirtió que iba a elevar nuevamente los aranceles a los productos importados de ese país y que la negociación iba “demasiado lenta”. ¿Renegociar? “¡No!”, se respondió. Las bolsas de Asia iban en alza. Cerraron en rojo. Aquello que comenzó con la búsqueda del equilibrio en la balanza comercial con el acero y el aluminio se extendió a toda la economía en un santiamén. Siguió el credo de los acuerdos con México y Canadá y con Corea del Sur, así como la salida del pacto transpacífico. En una palabra, Terminator.