En poco más de un cuarto de hora, lo que duró su pletórico discurso de investidura, Donald Trump rompió con el orden establecido. Y en una semana de mandato demostró con creces que no había soltado de casualidad la llamativa palabra “masacre” en esa infausta pieza de su autoría. Describió a los Estados Unidos como si estuvieran al borde del colapso. Esa visión quimérica y apocalíptica resultó ser la base argumental de un plan aislacionista en lo político, proteccionista en lo económico y xenófobo en lo social. Un plan de escasos amigos que, a su vez, no son los mejores para apuntalar la supremacía norteamericana en un planeta huérfano de líderes.